La trampa de la pertinencia (I)

Las reformas en educación superior

  • Es mercantilismo al servicio del capital trasnacional en la investigación y la enseñanza
  • Rebaja la importancia de la teoría y de la ciencia
  • Somete la ciencia a los valores imperantes

La palabra pertinencia está de moda en los medios universitarios, igual ocurrió con la apertura que se presentó como un bálsamo por los organismos internacionales, y a la que los tecnócratas criollos se entregaron con devoción para llevar al país a la ruina actual.

El Banco Mundial (BM) adoptó el término pertinencia, e impuso su criterio en la Conferencia Mundial sobre Educación Superior de la UNESCO, que se celebró en París en 1998 [1]. Hoy tropezamos con el vocablo en el proyecto de Plan de Desarrollo de Uribe Vélez, los documentos del ICFES, los planes de desarrollo de las universidades y en los procesos de autoevaluación y acreditación. Como aporte al debate sobre las reformas que se están adelantando, en el presente escrito comentamos el documento Pertinencia de la educación Superior en el siglo XXI, de Michael Gibbons, que tanta influencia tiene en nuestro medio. Demostraremos que tal pertinencia mercantiliza la investigación y la enseñanza en provecho del capital trasnacional; rebaja la importancia de la teoría, de la ciencia y de su método; degrada las carreras universitarias al nivel de simples cursos de capacitación laboral, y somete la ciencia a los valores dominantes.

Lucro que apaga la curiosidad

El desarrollo de la investigación básica como una función clave de la universidad se afianzó tras la Segunda Guerra Mundial, empero, no ha estado al alcance de todas las naciones, y, en conjunto la ciencia ha estado bajo el control casi exclusivo de los países de mayor industrialización, que se han valido de ella para ejercer su dominio. Por lo tanto, luchar por una educación científica y por el acceso a lo más avanzado del conocimiento hace parte de las reivindicaciones democráticas y progresistas, pues sin ella no es posible ni la soberanía nacional ni el fin de la esclavitud asalariada.

Las reformas en marcha tienden a negar a las universidades, en particular a las del tercer mundo, la investigación básica. Gibbons parte del presupuesto de que en los últimos veinte años ha surgido «un nuevo paradigma», como producto de la competencia internacional y de la masificación de la educación superior. Según él, «ha desaparecido la magnanimidad de un Von Humboldt o un Newman, con su búsqueda del conocimiento por el conocimiento en sí». Procurar el conocimiento per se, y la grandeza y generosidad de un Humboldt son algo obsoleto, lo moderno son, entonces, la estrechez y el mercenarismo exaltados por Gibbons.

Afirma, además, que en la universidad «la función crítica ha sido desplazada en favor de otra más pragmática en términos de suministro de recursos humanos calificados y la producción de conocimiento». La universidad no debe cuestionar el estado de cosas vigentes sino reforzarlo limitándose a suministrarle recursos humanos obedientes.

Y remata: «Los imperativos económicos barrerán con todo lo que se les oponga y ‘si las universidades no se adaptan, se las dejará de lado». Lo que no entre en el juego de los intereses económicos de los monopolios debe barrerse. Tales son los fundamentos de la reforma universitaria que plantea Gibbons y que merecen el aplauso del Banco Mundial y del gobierno colombiano. El nuevo paradigma, continúa el reformador, exige que la universidad «refleje el contexto local» y, «cada innovación será juzgada en función de las ‘contribuciones’ que efectúe a la economía en general». La calidad de la enseñanza y los resultados de las investigaciones serán evaluados según un «conjunto de objetivos de desempeño» [2].

La pertinencia para Gibbons se fundamenta en que ha surgido una nueva modalidad de «creación de conocimiento», pragmática, distinta de la estructura disciplinaria de las ciencias, que había moldeado la gestión y la organización de las universidades. Afirma: «Sea en las ciencias duras, en las sociales o en las humanidades, se ha considerado que la especialización es una forma segura de hacer avanzar el conocimiento (…) En pocas palabras la estructura de las disciplinas define lo que cuenta como ‘buena ciencia’ y prescribe también lo que deben saber los estudiantes si pretenden convertirse en científicos» [3]. Gibbons llama a la estructura disciplinaria «Modalidad 1» y comienza por cambiar los términos ciencia y científicos por los de conocimiento e investigadores para diferenciar la nueva tendencia, a la que llama «Modalidad 2».

El cuadro muestra las principales diferencias entre las dos modalidades.

Modalidad 1 Modalidad 2
1. Los problemas se plantean y solucionan en el contexto regido por los intereses (principalmente académicos) de una comunidad específica 1. el conocimiento se produce en un contexto de aplicación
2. se refiere a una disciplina 2. es transdisciplinaria
3. se caracteriza por una relativa homogeneidad 3. es heterogénea
4. es jerárquica y ha tendido a preservar su forma 4. una jerarquía más plana que usa estructuras organizacionales transitorias
5. los científicos no tienen en cuenta las repercusiones generales de lo que hacen 5. tiene mayor responsabilidad social y es reflexiva
6 evaluación colegiada de las contribuciones que se efectúan dentro de la disciplina

Un sistema mucho más amplio de control de la calidad. Sigue habiendo evaluación colegiada, pero en la Modalidad 2 se incluye un conjunto de ejecutantes más amplio, temporario y heterogéneo, que colabora en un problema definido en un contexto específico y localizado.

La primera diferencia es la de mayor importancia. Explicando este punto, Gibbons dice que el «contexto de aplicación» significa que el «conocimiento tiene por finalidad ser útil a alguien, sea en la industria, el gobierno o la sociedad en general» y que «no se producirá a menos y hasta que se incluyan los intereses de las diversas partes actoras[4] (…) Intervienen factores de oferta y demanda».

Podemos afirmar que la modalidad 2 es una expresión clara del carácter decadente de la oligarquía financiera. En sus comienzos, la burguesía pugnó por el desarrollo de la ciencia e impulsó la educación, no solo para ampliar y profundizar su mercado, sino también para abatir la poderosa influencia ideológica del medioevo. La modalidad 2, como la propone Michael Gibbons, busca limitar la ciencia a atender las necesidades inmediatas del mercado de los monopolios internacionales, y desecharla como concepción del mundo y como fuente de explicación de los fenómenos naturales y sociales. Para esto último, a la ciencia se le reemplaza por los vetustos fanatismos redivivos y por la ética de los esclavistas. Tal es el fondo del llamado «contexto de aplicación».

Por ello el conocimiento y la educación superior quedan sometidas al mercado, a tal punto que deben competir por recursos para su financiamiento. Ya no serán los científicos quienes decidan qué investigar y qué no, qué es «buena ciencia» y cuál no; serán la oferta y la demanda las que validen el «conocimiento». Es como poner a Rodolfo Llinás a que investigue sobre el cerebro únicamente lo que le ordene Sabas Pretelt.

A los impulsores de la modalidad 2 las disciplinas científicas y su método les parecen una camisa de fuerza que hay que romper, para imponer unos criterios más laxos, que den cabida a manifestaciones del pensamiento, así no sean «buena ciencia», pero que puedan tener una utilidad económica o social. El mercantilismo, que ha invadido todas las esferas de la vida social, pretende asaltar la fortaleza de la ciencia para atarla al consumismo, mientras le niega toda validez gnoseológica.

Según ese punto de vista, para el conocimiento ya no cuenta el impulso de la curiosidad humana, sino solamente la necesidad de resolver problemas planteados por la economía, lo que el autor llama el «nuevo paradigma». Desde luego, una labor indispensable de la investigación consiste en resolver problemas económicos y las necesidades de toda índole, lo cual tampoco es nuevo. Lo que no es aceptable es que la producción de conocimiento en «contexto de aplicación» se oponga al empeño de la ciencia por abarcar el conjunto y por buscar leyes generales en la naturaleza y en la sociedad. Gibbons lo plantea sin tapujos:

«La ciencia en sí ha cambiado su centro de interés del descubrimiento de leyes básicas que conformarán una ciencia unificada a la tarea más modesta y práctica de entender las propiedades y la conducta de sistemas complejos. Aunque persisten los sueños de alcanzar una teoría definitiva, muchos científicos han emprendido el camino más pragmático de tratar simplemente de entender cómo operan los sistemas de la naturaleza y de la sociedad».

La ciencia ha avanzado gracias a dos estímulos: 1) la necesidad de solucionar problemas concretos y 2) por la curiosidad. La investigación básica, no obstante, ha redundado a la postre en inventos formidables. Maxwell, quien investigaba cómo la electricidad crea magnetismo y viceversa, gracias a sus ecuaciones dio lugar al desarrollo de la radio, el radar y la televisión. Otro tanto ocurrió con los trabajos de los Curie, Fleming, Roentgen, Watson y Crick. Si a estos investigadores se les hubiesen aplicado las exigencias de la pertinencia y el contexto y, por tanto, los mandatos de industriales y comerciantes, no habrían logrado sus descubrimientos.

Por fortuna, estudios como el del genoma, en el que hay intereses económicos fabulosos, seguirán avanzando. Pero las indagaciones espaciales o arqueológicas, entre otras, se frenarán, si se siguen las directrices de los Gibbons. Lo que quiere decir que nos encontramos ante un gravísimo problema para el avance científico, y por tanto, para el progreso de la humanidad. Carl Sagan, nos advierte de ese peligro en su extraordinaria obra El mundo y sus demonios:

«El gobierno ha presionado a la Fundación Nacional de Ciencia para que se alejara de la investigación científica básica y apoyara la tecnología, la ingeniería y las aplicaciones (…)
La financiación de la investigación y el desarrollo industrial por parte de las compañías americanas se ha reducido en años recientes. En la investigación básica, los científicos son libres de colmar su curiosidad e interrogar a la naturaleza no con un fin práctico a corto plazo, sino en busca del conocimiento por sí mismo. (…) esta investigación es en interés de la sociedad.
Dar dinero a alguien como Maxwell podría haber parecido la más absurda promoción de la ciencia «guiada por la mera curiosidad» y una imprudencia para los legisladores prácticos.»

Relativismo epistémico o charlatanería

El Super colisionador Superconductor (SSC) estaba programado para ser el instrumento por excelencia para el estudio de la estructura fina de la materia*.

No se trata sólo de frenar la investigación básica, también se tienden puentes con el relativismo epistémico, lo que constituye un ataque a la ciencia y a su método. Gibbons habla de la «fragmentación del conocimiento», señala que «se ha tornado difuso, opaco, incoherente, centrífugo», lo que se expresa en tres formas: 1) «la incesante subdivisión del conocimiento de mayor complejidad científica»; 2) «han llegado a aceptarse definiciones más amplias del conocimiento, en parte a causa del desgaste de las viejas ideas de respetabilidad académica y en parte a causa del impacto de las nuevas tecnologías» y 3) «la diversidad deliberadamente descentrada y la incoherencia que se asocia con el postmodernismo (…) el cual, ciertamente, se ha convertido en una formidable industria editorial.» Y concluye:

«En sus detalles, estas tres formas resultan contradictorias. Por ejemplo, puede suponerse que la subdivisión de la ciencia en fragmentos especializados representa el triunfo del positivismo y que el postmodernismo marca su defunción. Pero las tres han tenido un efecto común: hacer casi imposible hablar sensatamente de la integridad del conocimiento. La ciencia ya no tiene una única fibra, ni método compartido, ni preocupaciones comunes, ni valores que compartan la totalidad de sus diversas ramas» [5]

Frente a las manifestaciones de fragmentación del conocimiento, hechos ciertos, no cabe sino una respuesta: el esfuerzo por elaborar leyes generales, con validez en las distintas ramas, lo cual es posible mediante la aplicación sistemática del método científico, cuyos rasgos esenciales se pueden resumir así: desconfiar de los argumentos apriorísticos, de la revelación, de los textos sagrados y de los argumentos de autoridad y, principalmente, observar, comparar, repetir las experiencias, probar una y otra vez, someter a análisis racional y utilizar controles [6] ¿De dónde saca el «teórico» Gibbons que la ciencia ya no tiene un método compartido? ¿Será que se quieren poner en el mismo plano de las verdades científicas los «productos del conocimiento» que no se «comprueban» sino mediante la especulación?

Este economismo a ultranza tiene repercusiones serias para la financiación y gestión de las universidades, en particular para la democracia. Gibbons afirma que: «La tradición de la investigación basada en la universidad está amenazada por la invasión de la industria y de la mentalidad y los valores de la rentabilidad económica (…) Ha surgido una industria del conocimiento multimillonaria fuera de las instituciones educacionales establecidas, que responde en forma más directa, y por lo general más eficaz, a las necesidades de la industria y del mercado laboral». Por ello se insta a las universidades a que se reorganicen y compitan por «prestar servicios al productor», para lo cual deben realizar alianzas y trabajar en redes formando grupos de investigación inter y transdiciplinarios.

Según la modalidad 2 «los equipos creativos» que «solucionan e identifican problemas» pueden estar conformados por investigadores de las universidades, las industrias y el gobierno, y trabajan «de manera muy similar, sea que estén desarrollando nuevos programas de computación, soñando una nueva estrategia de comercialización, buscando un descubrimiento científico o concibiendo una artimaña financiera». ¡La ciencia se rebaja al nivel de la estafa, y la estafa se viste de bata blanca! La modalidad 2, convierte la investigación en mercenaria.

Se somete la ciencia a los valores dominantes

Una cualidad esencial del método científico es el escepticismo, que supone un ejercicio sistemático de la crítica, el derecho a dudar y el planteamiento permanente de nuevos interrogantes. Por ello, para desarrollarse, la ciencia requiere de un ambiente democrático. En cada disciplina se han organizado comunidades en las que, por medio del debate, se asegura el avance constante. Esta organización colegiada de las disciplinas le imprimió sus características a la forma como se estructuraron las universidades y explica la importancia que en su interior han tenido la autonomía y la libertad de cátedra.

Gibbons señala que hoy existe un «repudio parcial a la colegialidad» y que «la universidad se ha acercado más a la modalidad industrial de organización con sus equipos de administración superior y planes estratégicos, supervisores directos y centros de costo». Este cambio lo asocia a la «menguante coherencia de la ciencia» y concluye «Si el centro que configuraban las disciplinas no es ya válido, se necesitan organizaciones poderosas y administradores mercenarios». Por este camino se suprime de un tajo la democracia en la universidad. Si en el campo de la investigación subsiste la posibilidad de discutir, será circunscrita a la búsqueda de soluciones planteadas por las empresas.

Con la evaluación de la calidad sucede otro tanto. Si a la investigación no la impulsa el interés del avance de una disciplina sino las demandas del mercado, no tienen por qué ser los científicos los que digan qué es «buena ciencia». De allí que en la modalidad 2 la evaluación de la calidad dependa de «otros intereses de índole social, económico o político», y por tanto no solo el «control será más débil» y el «trabajo de menor calidad», sino que la ciencia quedará expuesta a la censura de toda suerte de prejuicios. Si esto es cierto para las ciencias naturales lo es con mayor razón en el terreno de las ciencias sociales, en donde el postmodernismo ha montado su campamento.

“La financiación de la investigación y el desarrollo industrial por parte de las compañías americanas se ha reducido en años recientes”C. Sagan

Lo que sucede es que a Gibbons no le interesa la verdad o falsedad de los postulados, todo lo resuelve con un grosero economismo: el mercado decide qué tiene validez y qué no; es válido todo aquello que se pueda vender. Se trata de la más estrecha de las concepciones burguesas elevada a rectora del conocimiento. Por ejemplo, el postmodernismo, una expresión del relativismo epistémico de nuestro tiempo, «una suerte de patois subintelectual», como lo llama Gibbons, es un «producto viable», como hoy suele decirse, pues «se ha convertido en una formidable industria editorial.» De igual manera, la brujería, la orinoterapia y demás supercherías son productos viables y, por tanto, tienen el mismo valor que cualquier disciplina científica. Como dicen los postmodernos, todos son relatos con igual validez.

Pero recordemos que Gibbons dice que el conocimiento «no se producirá a menos y hasta que se incluyan los intereses de las distintas partes actoras» Se trata, ni más ni menos de prohibir toda indagación que amenace los intereses dominantes. Además, del avance de la ciencia no se pueden extraer principios de validez general. Por ejemplo, con el genoma se puede hacer toda clase de negocios y patentar genes, pero no se acepta como explicación del origen del hombre o de las especies. A ese clamor oscurantista se suma Edgar Morin, teórico del llamado pensamiento complejo, quien sostiene que se necesita una «ciencia con conciencia», con ética, que «negocie» con el misterio, lo irracional, y lo oscuro, y culpa al conocimiento de las principales amenazas contra la humanidad y el planeta, por lo que propone controlarlo.

Por su parte, George Soros, acaudalado especulador de bolsa, ha salido también a vociferar contra la validez de la ciencia y a defender el relativismo epistémico y con toda claridad expresa su preocupación por la supervivencia del sistema vigente: «La gente puede creer que Dios entregó los diez mandamientos y la sociedad será más justa y estable si así lo cree. A la inversa, la ausencia de limitaciones morales puede generar inestabilidad» [7] Es obvio el interés de someter la ciencia a la férula de los «valores», de la «ética» imperante, es decir, estamos ad portas del restablecimiento de los tribunales de inquisición. Nos corresponde a los trabajadores, intelectuales y demás amigos del progreso echar por tierra esta nueva conspiración oscurantista.

*En 1993, después de realizar una inversión de US 2000 millones, el Congreso de los Estados Unidos le suspendió la financiación.

*Fotos de la Enciclopedia Encarta


Notas

 [1] En esa Conferencia el Banco Mundial presentó tres documentos. El primero de ellos se titula Pertinencia de la educación Superior en el siglo XXI, escrito por Michael Gibbons, Secretario General de la Association of Commonwealth Universities; el segundo, El control de la calidad en la Educación Superior: Avances recientes y dificultades por superar, de Elaine El-Khawas, Graduate School of Education Universidad de California, Los Ángeles, con la colaboración de Robin DePietro-Jurand y Lauritz Holm-Nielsen del BM. El tercero, Financiamiento y gestión de la enseñanza superior: Informe sobre los progresos de las reformas en el mundo, escrito por D. Bruce Johnstone, de la Universidad del Estado de Nueva York, en Búfalo, con la colaboración de Alka Aurora y William Experton del BM.
 [2] Todas las frases entre comillas, excepto aquellas con notas aclarando la fuente, corresponden al texto del documento de Gibbons.
 [3] Cursivas del autor
 [4] Los subrayados son nuestros.
 [5] Subrayado nuestro.
 [6] Alan Sokal y Jean Bricmont. Imposturas intelectuales. pág. 70.
 [7] Soros, G. La crisis del capitalismo global. La sociedad abierta en peligro. Plaza y Janés, 1999, p. 108

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