El astronauta

Si pudiera viajar por lo infinito, superar la velocidad de la luz y llegar a las estrellas más brillantes y lejanas en el universo; si fuera un astronauta con casco, oxígeno y cohete, me acercaría a la luna y la pintaría de colores, para darle otro color a su cara pálida pero siempre resplandeciente.

Mamá siempre leía, yo observaba, mamá hablaba yo escuchaba; mamá era mamá pero mamá también era mi profesora. Ella leía en casa y también en la escuela.

Mientras tanto, y como casi siempre, mis jirafas volaban; no sé si lo vi en los tantos libros que mamá tenía o los que papá escribía, pero lo único que sé es que en mi mente existían, a eso le llaman los adultos: imaginación.

No sé muy bien qué es eso o a que se le atribuye, pero creo que yo lo conseguí gracias a las lecturas y libros de mamá.

Ella es tan activa, la veo más en la escuela y menos en la casa, aún así me siento orgullosa de esa mujer tan dedicada y comprometida con la imaginación de los demás.

Pasé algún tiempo por la lejanía de los astros, por mi sueño de viajar por el espacio; quizá ningún día deje de fantasearlo, quizá mi pijama tenga casco y debajo de mi cobija algo de oxígeno y a mi cama no se le agote el combustible y sus turbinas destellantes de fuego poderoso me sigan transportando.

Cuando mi imaginación se agote y se extinga podré decir, sin temor a equivocarme o a exagerar, que el papel de mamá, o mejor, de profesora, fue muy importante jamás tendré recuerdos tan bonitos y significativos de mi  encuentro con ella, sus libros y la escuela donde estudié y donde mamá trabajaba.

Ana María Solarte

Universidad del Cauca

Recreado de una historia de D.F.

 

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