QUE ROMPAN TODO, QUE MARCHEN LOS ESTUDIANTES Y ROMPAN EL PAÍS QUE HEMOS CREADO.

Tomado: EL TIEMPO

Por Adolfo Zableh Durán

Que marchen los estudiantes y rompan todo. No solo ventanas y fachadas, buses y estaciones de TransMilenio, que rompan el país que hemos creado. Que lo rompan, así no sean estudiantes sino vándalos disfrazados como tal. Que taponen vías y ataquen propiedades es un daño menor comparado con todo el mal que les hemos hecho.

Que rompan la Casa de Nariño y el Congreso, sin asco y a lo ‘maldita sea’. Que se metan y lo destruyan todo. La educación es lo que permite salir adelante, decidir a conciencia, manejar la vida propia, tener oportunidades. Los políticos lo saben, por eso no dan la educación que tanto prometen; ellos necesitan soldados obedientes y votantes alienados. Que borren entonces de sus caras esa sonrisa oportunista, esa pose de redentores, cuando lo que han hecho es hundirnos en la pobreza. Si no hay plata para la educación, es porque se la roban, porque hay que comprar fincas, vestirse bien y andar con escoltas, siempre delinquiendo con la ley de su lado. El marginado cree entonces que no tiene opciones, y con sus reducidas herramientas escoge la violencia. El que está montado, en cambio, posa de correcto mientras nos desangra; de alguna forma tiene que pagar. Se han robado la educación y la salud, las pensiones y las obras civiles. Nos tienen del cuello, que los rompan entonces.

Que caigamos todos si eso sirve para que haya una sociedad mejor. Que quemen su casa y la mía, que no tenemos la culpa de nada, pero sí. Nos creemos buenos y más bien somos pasivos, convenientes. Por otro lado, a nadie se le puede exigir que sea un activista político o que cambie el establecimiento, pero en esta vida hemos escogido el camino fácil y por algún lado tenemos que pagar, así sea poco. Nadie quiere salir a la calle y que le rompan la cabeza o una ventana solo por estar en el lugar y el momento equivocados, así que, si puede, cuídese para que no lo afecten esas cosas. Pero si le pasa no estará bien ni mal, no será más que la vida haciendo lo suyo, la ley de acción y reacción, de la que no se escapa nadie. Es fácil hablar de estudiantes desadaptados cuando es más bien la sociedad, salvaje y desigual, la desadaptada. Ellos son solo la consecuencia del sistema que creamos. Cuando hay disturbios salimos como señoras indignadas a decir que son unos vándalos, pero no hacemos mucho para solucionarlo. Pasa en el fútbol: matan un hincha o agreden con piedras el bus de un equipo, y repetimos el discurso de que son unos pocos desadaptados los que empañan la fiesta. Es mentira, no son pocos, es todo el fútbol lo que está mal. Es uno de los negocios más corruptos que existen, y a él nos hemos entregado, felices y ciegos, solo porque nos alegra las tardes. Que el mundo arda y que mueran unos cuantos no nos importa; nosotros solo queremos gritar goles.

La gente bien, que no hay tal cosa, usa a esos desadaptados igual que como usa a los pobres. A los primeros, para poder quejarse; a los segundos, para sentir que está haciendo una buena obra. Es más sencillo alzar la voz de protesta, recaudar fondos y organizar obras de beneficencia que arreglar los problemas del mundo. Si fuéramos una sociedad con oportunidades, ahí sí podríamos hablar de desadaptados, pero en un país como Colombia se trata de personas que hemos dejado atrás, sin oportunidades y sin voz, que reaccionan de manera incendiaria a la primera oportunidad.

Que marchen los estudiantes y los vándalos, todos mezclados; que no se sepa quién es quién, a ver si matamos dos pájaros de un tiro. Que causen destrucción y estragos y, si quieren, limpien y reparen después, como hicieron muchos en las marchas del último miércoles, pero que hagan algo drástico. Que lo rompan todo para que volvamos a empezar.

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