Conozca las maravillas del arte rupestre del Guaviare, declarado como área protegida

BOGOTÁ D.C.

Rituales de cacería y pesca, fauna real y fantástica, la cópula y preñez humana y utensilios para cestería y tejidos son algunas de las imágenes pintadas en murales, por indígenas que habitaban la serranía La Lindosa (Guaviare) hace 7.250 años. Esta es una de las ocho zonas arqueológicas declaradas como área protegida ayer por el Ministerio de Cultura.
Una de las imágenes corresponden al aperramiento, que consistía en echarle los perros amaestrados a los prisioneros para que los despedazaran vivos delante de los indígenas. Crédito: Fernando Urbina

En 2011, un grupo de científicos comandado por el arqueólogo Virgilio Becerra, del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia (UN), viajó de Bogotá a San José del Guaviare; allí tomó un jeep, vehículo propicio para el irregular camino que conduce a las cercanías de la serranía de La Lindosa, donde tras una hora de recorrido a pie le esperaba un espectáculo sin igual: los murales de pintura rupestre producidos por los pueblos indígenas que habitan la región desde hace 7.250 años.

El experto en pintura rupestre Fernando Urbina, docente de la UN entre 1963 y 2004, fue uno de los investigadores que contempló asombrado el espectáculo de estos murales pictóricos. En su opinión, lo admirable no eran solo sus tamaños sino la profusión de temas, los estilos decantados, la fuerza expresiva unida a un afán de registrar desde complejos rituales hasta la cotidianidad de la cacería y la pesca, pasando por el inventario de la fauna real y la fantástica; la cópula y preñez humana; la presencia de utensilios y diseños propios de las tramas de cestería y tejidos, más infinidad de trazos abstractos que acusan complejidad de pensamiento.

Además “dichos murales son palimpsestos en los que sucesivas generaciones y culturas sobrepusieron sus trazos: figuras apenas perceptibles bajo otras que parecen haber sido estampadas hace poco, por lo vívido de su color”.

La fascinación de este experto en pensamiento indígena fue todavía mayor cuando observó la representación de lo que parecían cuatro toros, cuatro caballos y no menos de 40 cuadrúpedos ataviados con extraños objetos en sus cuellos, y especies de botines en sus patas.

Al regresar a Bogotá estudió a fondo las casi 2.000 fotografías que tomó durante la travesía, investigó en internet y escarbó en sus archivos con el fin de identificar a qué animales correspondían exactamente aquellas figuras, ya que claramente estos no eran autóctonos de la región en ese tiempo. Poco después confirmó que, en efecto, los toros eran toros, y los caballos eran caballos; tenía lógica: los españoles trajeron consigo dichos animales.

Además “dichos murales son palimpsestos en los que sucesivas generaciones y culturas sobrepusieron sus trazos: figuras apenas perceptibles bajo otras que parecen haber sido estampadas hace poco, por lo vívido de su color”.

Pero, ¿y los cuadrúpedos extraños, asociados en escenas violentas con cuerpos desmembrados, qué eran? La duda persistió hasta que se encontró con el cuadro del cronista de viajes alemán Hieronymus Köler der Ältere, hecho en 1560, en el que se ilustra una escena ocurrida en 1534: los conquistadores alemanes Philipp von Hutten y Georg Hohermuth von Speyer (o Jorge de Espira, en versión castellana) parten desde Sanlúcar de Barrameda (España) rumbo a América, custodiados por dos tamborileros y un alabardero que lleva dos perros enormes, ambos con un violento collar de clavos alrededor del cuello. ¡Perros de guerra!, quizá a ellos podrían corresponder las imágenes capturadas en La Lindosa.

Para comprobarlo bastó una conversación con el historiador y documentalista alemán Jörg Denzer, especialista en la vida de Philipp von Hutten (o Felipe de Utrea), el primer europeo en llegar a Chiribiquete, quien, malherido por los indígenas karijona, creyó descubrir la ansiada ciudad dorada cuando vio las moles rocosas de la serranía, pero renunció a su conquista tomando el camino de regreso a su lugar de partida, Coro (Venezuela), donde fue asesinado por su enemigo Juan de Carvajal.

En medio de una conversación sostenida en 2013, el profesor Urbina le contó a Denzer su hipótesis, pero que ni en pinturas ni leyendo a los cronistas de Indias encontraba la prueba contundente de que en el territorio colombiano amazónico se hubieran empleado perros de guerra, a lo que este le respondió: “cuando regrese a Alemania le envío el dato”. Dos semanas después, a la bandeja de entrada de su correo electrónico llegó el documento prometido.

Se trataba de una carta que Von Hutten le escribió a su padre en 1535, en uno de cuyos apartes decía: “ayer Cárdenas me trajo 30 indígenas prisioneros, entre los cuales estaban a quienes se les encontraron las pertenencias del cristiano”; hacía referencia a un español que había sido asesinado, y más adelante en la misiva, la sentencia despiadada: “a esos los dejo despedazar por los perros delante de los otros”.

Dispositivo de terror 

De esta manera, el profesor Urbina confirmó que –como en otros territorios americanos– los españoles usaron en la Amazonia colombiana el “aperramiento”, sistema de terror que consistía en huchearle los perros amaestrados a uno o a varios prisioneros para que los despedazaran vivos delante de toda la comunidad autóctona, obligada a presenciar el suplicio de algunos de los suyos.

El profesor Urbina afirma que para los indígenas “el perro fue asociado con el tigre o, en un sentido más estricto, con el jaguar, un animal relacionado con el poder, considerado como el máximo predador de la selva; tanto, que en algunas culturas indígenas se le denominó ‘el tigre del blanco’”.

Antes que en América, en Egipto los perros degollaban nubios –provenientes de una región ubicada al sur del país y al norte de Sudán–, según grabados que muestran escenas de este tipo. También participaron en la Conquista de Granada, que se dio entre 1482 y 1492 y que implicó la integración en la Corona de Castilla del último reino musulmán de la Península ibérica; ellos llevaban en sus collares cuchillos con los cuales les rajaban la panza a los caballos de los árabes.

El profesor Urbina afirma que para los indígenas “el perro fue asociado con el tigre o, en un sentido más estricto, con el jaguar, un animal relacionado con el poder, considerado como el máximo predador de la selva; tanto, que en algunas culturas indígenas se le denominó ‘el tigre del blanco’”.

Se ha documentado que los perros de guerra fueron usados por Hernán Cortés, en México; por Vasco Nuñez de Balboa, en Panamá; y por Diego de Ordaz, en Venezuela. La presencia en las pinturas de La Lindosa suministra la fecha probable entre 1535 y 1572. Según el filósofo Urbina, desde entonces dicho fenómeno ha permanecido como método de tortura; por ejemplo en su serie sobre las torturas en Abu Ghraib, el artista Fernando Botero muestra cómo los agentes estadounidenses usaban perros para torturar a las personas acusadas de terrorismo.

Las indagaciones en torno al uso de los perros de guerra en el país no se han detenido. En febrero pasado, el profesor Urbina viajó por tercera vez a La Lindosa, en compañía de Denzer, y por decimoséptima vez a Araracuara (Caquetá). No se trata solo de recopilar más evidencias con respecto a su uso, sino que es cuestión de continuar con una vocación, la investigación del arte rupestre, el cual ayuda a comprender y asumir la complejidad cultural colombiana, y desde ella abrirnos a un futuro intercultural mejor cimentado.

Be the first to comment

Leave a Reply