El año de nuestra Vorágine

Tomado: Universidad Nacional de Colombia

Leer esta obra es viajar a un país espléndido que en un siglo no ha cambiado ni para bien ni para mal. Su autor, José Eustasio Rivera, se graduó de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) en 1917. La Facultad de Ciencias Humanas, a nombre de la Universidad, iniciará con la edición de la versión original de 1924 (nunca antes reeditada), acompañada por un cotejo intensivo con los manuscritos de la Biblioteca Nacional y 14 textos de invitación a su lectura, escritos desde distintas disciplinas.

Para la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) este es el “Año Vorágine”. Todo el país conmemora desde ya el centenario de la aparición de una de las obras más importantes de la literatura hispanoamericana, una que les abrió los ojos a miles de lectores acerca de nuestra geografía y de los dramas que suceden allí, pero que también determinó una imagen poderosa de la selva como un lugar de crisis. Crisis, eso es, en su sentido más propio: como instancia de dilema, de conflicto, de paradoja, que obliga a buscar una salida.

La vorágine ha sido llamada como la “gran novela del Llano y de la selva”, la “gran novela sobre la violencia”, o la “gran novela sobre el capitalismo y las economías extractivas”. Todas son afirmaciones correctas, pero no totales. En tiempos del calentamiento global y de la trágica deforestación amazónica, también es una “gran novela sobre el maltrato a la Tierra”. Tanto más: La vorágine es una impresionante síntesis de la mitología occidental sobre la Frontera, ese lugar donde Occidente se define por oposición a lo que está más allá de él, pero que al tiempo no puede resistirse a cruzar, para dominar (y conquistar y colonizar y explotar y apropiar) lo que haya en esa incógnita región. En La vorágine está el trágico espíritu de un Occidente que no tiene límites. Que no soluciona la crisis, que es devorado por la selva.

Pero en La vorágine también está la celebración de la diversidad. La región amazorinoquense se despliega como un continente pródigo en paisajes, especies, emociones, sociedades y personas de la más distinta naturaleza. Leer La vorágine es viajar a un país espléndido que en un siglo no ha cambiado ni para bien ni para mal.

Su autor, José Eustasio Rivera, se graduó de nuestra Facultad de Derecho en 1917, cuando todavía quedaba en la calle 8ª con carrera 8ª en Bogotá, donde hoy tiene sitio la Academia Colombiana de Historia. De su trasiego por las aulas quedan las actas de matrícula y de sustentación de su tesis, en el Archivo Histórico de la Universidad. Nos enteramos así de que su tesis, “Liquidación de las herencias”, fue unánimemente recibida con beneplácito por sus jurados, pero que la materia que pasó raspando fue Economía Política. Mayúscula ironía para una novela que, si de algo versa, es de eso.

Por lo mismo, es curioso que nunca, hasta la fecha, la Universidad Nacional haya celebrado la figura de Rivera, nuestro egresado. No hay un solo hito en nuestros distintos campus o currículos que le hagan homenaje. Y hay todavía una razón de mayor peso para reparar esta omisión: La vorágine encierra y está imbuida en el espíritu y la misión de nuestra Universidad. Se preocupa por la construcción y el devenir de la Nación, por el problema de las comunicaciones a todo nivel, por cómo preservar sus recursos para el bien común. Es un llamado al ejercicio de la soberanía nacional e intelectual, porque, como obra, La vorágine fue un producto casi totalmente nuestro, mínimamente interesado por emular modas estéticas o filosóficas.

En La vorágine, como en la Universidad Nacional, la clave es la Frontera. El lugar y la condición espiritual y mental que permiten aprender a ver, a sentir y a hacer las cosas de manera distinta, a poner en cuestión nuestras propias verdades y seguridades, a crear cosas nuevas. En La vorágine, el compañero Rivera no solo escribió sobre la Frontera: escribió desde la Frontera y allí creó una obra de Frontera, como lo demuestran los manuscritos de las primeras versiones de la novela, felizmente albergados por la Biblioteca Nacional de Colombia.

En La vorágine, los géneros narrativos se suceden o entremezclan. La memoria pasa al diario, el diario pasa a la carta, la carta da lugar al telegrama, casi todo escrito sobre un elocuente libro de contaduría que, de no haber sido apropiado por su protagonista –el poeta Arturo Cova–, habría servido para seguir consignando sin empacho las iniquidades de la explotación cauchera y la esclavización de los pueblos indígenas y los mestizos, atrapados por el espejismo de hacerse ricos.

Y cuando ya la hemos recorrido casi hasta el final, caemos en la cuenta de que la narración de Cova es un desgarrado delirio. No porque lo que consigne haya sido menos veraz, que lo fue –porque la historicidad de mucho en La Vorágine es inapelable–, sino porque a lo que hemos asistido es a una alucinación febril tan colectiva como personal, que como entonces fue por el caucho, luego o antes lo causaron las pieles, la marihuana, la coca, el oro, el petróleo, la palma africana, el coltán y un interminable etcétera.

El 24 de noviembre de 1924, cuando apareció La vorágine publicada en Bogotá por la Editorial de Cromos, le había precedido una campaña de expectativa que la anunciaba como una obra de denuncia. “Trata de la vida de Casanare, de las atrocidades peruanas en La Chorrera y en El Encanto y de la esclavitud cauchera en las selvas de Colombia, Venezuela y Brasil”, rezaba la publicidad.

Pero Rivera de nuevo jugaba con las fronteras, y aunque se advertía que La vorágine era una novela, se compuso como un relato “real” que tenía por trasfondo la pesquisa, adelantada por el Ministerio de Relaciones Exteriores, sobre seis colombianos desaparecidos en el encuentro de las tres naciones referidas, uno de los cuales había dejado tras de sí un adolorido memorial sobre la desatención del Gobierno por los linderos y sus habitantes nacionales.

Muchos de quienes leyeron La vorágine se convencieron de que se trataba de una crónica periodística. Rivera atinó así en demostrar que cuando la historia ocurre en la frontera, es inevitable que se difumine en el mito. Todavía, cuando la leemos, sucumbimos ante el juego en el que quiso meternos: nos confunde en medio de la selva narrativa, nos extravía con la misma angustia de sus protagonistas, nos hunde en la vorágine, en pos de los pasos de Arturo Cova.

No existe otra obra que retrate más eficazmente la psiquis de la gente de Frontera, en todas sus contradicciones, en su sentido del bien y del mal, del honor, de la fortuna o de la violencia. En Cova encontramos a cualquier raspachín, guaquero, esmeraldero de tambre o de corte, jornalero a donde lo lleve el plante o vendedor de cacharro. Víctima o victimario. Y, contrario a lo que a veces se ha aventurado a decir, por ser quien narra un hombre lamentado y a veces lamentable, no es por ello una novela unidimensional o machista. Todos los personajes femeninos tienen agencia, se les plasma con finura, crecen como personas conforme a las circunstancias, mucho más, por cierto, que sus contrapartes masculinas. Como sea, ellas y ellos son toda gente arrastrada por el viento. Asimismo le da voluntad y expresión a los seres y entes no-humanos: los árboles hablan y castigan, el monte se lamenta y cobra venganza.

Porque se trata de una obra de un incuestionable valor antropológico, psicológico, social, político, cultural y, claro, literario; porque interpela a la Nación y a sus fronteras como lugares para pensar y obrar; porque se preocupa por las muchas raíces de la Violencia; porque se maravilla con el paisaje, con los tipos sociales, con otras culturas, como se maravilla con la lengua; porque encierra el cometido histórico de la Universidad Nacional de Colombia, ha llegado la hora de que la reclamemos como nuestra.

El “Año Vorágine” cuenta ya con una robusta agenda, que día a día se va nutriendo con las iniciativas de distintas Facultades y Sedes, y de grupos estudiantiles. Nuestra apropiación de La vorágine iniciará con la edición que hemos preparado en la Facultad de Ciencias Humanas, a nombre de nuestra Universidad, de la versión original de 1924 (nunca antes reeditada), acompañada por un cotejo intensivo con los manuscritos de la Biblioteca Nacional y 14 textos de invitación a su lectura, escritos desde distintas disciplinas.

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