Tomado: The New york times
Mientras duran las restricciones de viaje, hemos lanzado una nueva serie —El mundo a través de la lente— en la cual fotoperiodistas te transportan, virtualmente, a algunos de los lugares más hermosos e intrigantes del planeta. Esta semana, Danielle Villasana comparte una colección de imágenes del sureste de Perú.
Sin hacer caso a las advertencias de “soroche”, o mal de altura, trepé obstinadamente a un burro y comencé a ascender por los senderos empinados. Después de la travesía durante unas horas vertiginosas junto a cientos de otros, me acerqué a una cuenca glaciar. La escena comenzó a desplegarse ante nosotros: un inmenso valle inundado de tantos peregrinos que parecía estar cubierto de confeti, cada mancha era una colección apiñada de tiendas y personas.
El mal de altura comenzó a invadir cada centímetro de mi cuerpo. Incluso me dolían los ojos. Pero, sin inmutarme, navegué lentamente a través de las multitudes de gente tratando de captar cada imagen y sonido.
Cada año a finales de mayo o principios de junio, miles de peregrinos viajan durante horas a pie y a caballo a través de la sierra andina de Perú —serpenteando lentamente en ascenso por el terreno montañoso— para las celebraciones religiosas de Qoyllur Rit’i, que se celebran a unos 80 kilómetros al este de Cusco, que una vez fue la capital del imperio incaico.
Las celebraciones se practican cada año desde hace cientos de años y marcan el comienzo de la temporada de cosecha, cuando las Pléyades, un prominente grupo de estrellas, regresan al cielo nocturno en el hemisferio sur. El festival sincrético, que figura en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, entrelaza las costumbres indígenas e incas con las tradiciones católicas introducidas por los colonizadores españoles, que trataron de socavar la cosmología andina.
Las celebraciones se suspendieron este año debido a la pandemia del coronavirus, cuando la ruta al valle quedó bloqueada por completo. Pero en 2013 que estuve allí, las multitudes eran notablemente densas.
El festival tiene lugar en el valle de Sinakara, una cuenca glaciar que se encuentra a más de 4800 metros sobre el nivel del mar. Los celebrantes pululan en coloridas bandadas con disfraces, enormes banderas, instrumentos y provisiones a cuestas.
Las festividades comienzan con la llegada de una estatua del Señor de Qoyllur Rit’i, transportada desde la cercana ciudad de Mahuayani, a la pequeña capilla del valle. Durante tres días, desde la mañana hasta la noche, en medio del sonido incesante de tambores, flautas, silbatos, acordeones, platillos y teclados eléctricos, el aire se llena de nubes de polvo que los bailarines que giran levantan y se asienta en las lentejuelas, pañuelos color neón, cintas, borlas y plumas que adornan los disfraces y atuendos tradicionales de los asistentes.
Aquí los peregrinos se dividen en “naciones”, que corresponden a su lugar de origen. La mayoría pertenece a las regiones agrícolas de habla quechua al noroeste, o a las regiones de habla aymara al sureste. La delegación de Paucartambo ha hecho la peregrinación durante más tiempo que cualquier otra.
“Es importante mantener esta tradición, porque tenemos mucha fe”, dijo un joven peregrino de Paucartambo vestido de ukuku, una criatura mítica mitad hombre y mitad oso. Vestidos con túnicas de alpaca roja, blanca y negra, los ukukus son responsables de garantizar la seguridad de los peregrinos; actúan como intermediarios entre el Señor de Qoyllur Rit’i y el pueblo.
Otros participantes son los ch’unchus, que llevan tocados de plumas y representan a las comunidades indígenas de la selva amazónica; los qhapaq qollas, que llevan máscaras tejidas y representan a los habitantes de la región del Altiplano meridional; y las machulas, que llevan abrigos largos sobre falsas jorobas y representan a los pueblos mitológicos que poblaron los Andes por primera vez.
Cientos de ceremonias se llevan a cabo durante los tres días del festival. Pero el evento principal más esperado es llevado a cabo por los ukukus en las primeras horas de la mañana del último día. Llevando cruces y velas, los ukukus de cada nación ascienden la montaña Qullqipunku hacia un glaciar cercano, considerado vivo y sensible. (Se cree que las montañas nevadas que rodean el valle también son dioses de la montaña, o Apus, que proporcionan protección).
Según las tradiciones orales, los ukukus, después de escalar las laderas heladas, alguna vez participaron en batallas rituales que fueron eventualmente prohibidas por la iglesia católica.
Hay otra tradición que recientemente ha sido suspendida, esta vez por la madre naturaleza.
Hasta hace solo unos años, los ukukus tallaban bloques de hielo en el glaciar, cuya agua derretida es venerada como medicinal. Los peregrinos esperaban ansiosamente a los ukukus, con las espaldas dobladas por el peso del hielo, que colocaban los bloques a lo largo del camino, para ser usados como agua bendita. A veces, el hielo era incluso transportado a la plaza principal de Cusco donde, al acercarse el final del Qoyllur Rit’i, las celebraciones del Corpus Christi comienzan con similar celo religioso.
Muchos creían que llevar el hielo era una penitencia por los pecados, y que cumplir con este ritual significaba que los Apus ofrecerían bendiciones.
Pero, debido a que gran parte del glaciar se ha derretido, reduciendo significativamente su tamaño, se ha prohibido la tradición de llevar trozos de hielo sagrados de la montaña.
Los científicos expertos en clima dicen que los glaciares de los Andes tropicales se han reducido en casi una cuarta parte en los últimos 40 años. Algunos científicos predicen que tales glaciares podrían desaparecer por completo para el 2070.
Estos cambios no solo han afectado a las prácticas agrícolas en los Andes, sino también —como lo atestiguan los peregrinos del Qoyllur Rit’i— a las tradiciones culturales.
Aunque los ukukus ahora solo llevan cruces de madera al pie de la montaña, todavía se encuentran con gran júbilo, un testimonio de la resistencia humana frente a la destrucción causada por el cambio climático.
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