La poesía, un relato profundo de la violencia en Colombia

Tomado: Universidad nacional de Colombia

El asesino danza

la Danza de la Muerte.

A cada paso suyo

alguien cae

sobre su propia sombra.

El Doncello, María Mercedes Carranza (1997)

La investigadora indaga cómo la poesía colombiana aborda el tema de la violencia, y con ello cuál es el papel del arte en esta discusión. Crédito: Brandon Pinto

Así retrata la poetisa colombiana la masacre de El Doncello (Caquetá), ocurrida en 1997 cuando un grupo paramilitar del Frente Caquetá llegó al municipio a disparar indiscriminadamente hasta acabar con la vida de cinco personas.

Aunque en estos versos no se cuenta nada del acontecimiento o de sus hechos puntuales y detallados, y la única pista que hay de la masacre sea el título del poema, la escritora deja al lector al ritmo de aquella danza mortal en la que el golpe de los cuerpos que caen quedan retumbando en su cabeza.

Carranza era una utopista, creía que era posible cambiar el país, incluso formó parte de la Asamblea Nacional Constituyente en 1991, hecho histórico que brindó una esperanza de grandes cambios en el país. Sin embargo, desde antes había sido golpeada de cerca por la violencia pues, entre otros acontecimientos, sufrió el asesinato de su gran amigo, el activista y político Luis Carlos Galán en 1989.

Por eso su desencanto tenía unas raíces muy profundas. El conflicto armado la llevó a un punto de absoluta desesperanza que no abandona en sus escritos y dedicó gran parte de su vida a contar desde la poesía –como en una especie de reportería literaria– hechos de violencia que acontecieron en el país.

Es el caso de su libro El canto de las moscas o Versión de los acontecimientos, como también se conoce, que reúne 24 cantos de masacres que se dieron en diferentes poblaciones de Colombia entre 1989 y 1998. Es como una versión corta de estas masacres que no se encontrará en un periódico, por ejemplo, pues es un territorio muy propio de la poesía y de la sensibilidad particular de la poetisa. Además se cuentan desde un lenguaje conversacional y cotidiano que genera más cercanía para el lector.

El poeta paisa Juan Manuel Roca también relató la violencia en Colombia, a través de recursos como el monólogo, evidente en este poema, Arenga a uno que no fue a la guerra. Él utiliza sus letras para “darle voz a los que no tienen voz o para ponerse en distintos lugares de esos actores del conflicto”. Este poema en particular brinda esa posibilidad gracias al monólogo: la de pensarnos en la voz de distintas personas que han vivido este flagelo en el país.

Esta interesante búsqueda es asumida por la escritora y promotora de lectura Jenny Paola Bernal Figueroa, magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), quien indagó cómo la poesía colombiana aborda el tema de la violencia, y con ello cuál es el papel del arte en esta discusión.

Para ello estudió a los poetas colombianos Carranza y Roca, quienes por medio de sus libros mostraron los rastros que ha dejado la violencia en el país y han revivido, desde otro ángulo, una realidad que lastimosamente no caduca y que debe ser discutida desde diferentes perspectivas y lenguajes.

“Me llamaba la atención preguntarme sobre la poética de la violencia, es decir, ver cómo, desde qué recursos del lenguaje y desde qué lugares de enunciación se abordaba este tema en la poesía. Aunque existen estudios críticos que han pensado esta misma relación entre la poesía y la violencia, siguen siendo aproximaciones muy escasas” manifiesta la escritora.

Para ella es importante ahondar en estos estudios pues ayudan a visibilizar –entre otras cosas– que la poesía también aborda temas coyunturales que van más allá de lo estético y que se suman a los retratos de un contexto social y político que debe ser contado y visualizado más allá de las cifras y los registros institucionales.

Recursos de País secreto y El canto de las moscas

El poeta Juan Manuel Roca utiliza sus letras para “darle voz a los que no tienen voz o para ponerse en distintos lugares de esos actores del conflicto”. Crédito: Brandon Pinto.

Para llevar a cabo este estudio literario –dirigido por el profesor Enrique Rodríguez Pérez de la UNAL Sede Bogotá– se analizó un corpus de poemas de dos libros que abordan la violencia en Colombia. El primero es País secreto, de Juan Manuel Roca (1987), quien considera el lenguaje poético como un ejercicio político, capaz de dar cuenta de la realidad de otras maneras.

En palabras de la escritora Bernal, este libro tiene en el fondo una invitación bastante esperanzadora, que al mismo tiempo se enuncia desde un lugar crítico de las situaciones de la realidad política y social del país. A pesar del golpe profundo de la violencia en el territorio, Roca intentaba mostrar que había otro país posible, menos terrible, más sensible y más humano.

Tras analizar diferentes categorías en El país secreto se encontró que este libro integra formas retóricas –metáfora, símil, alegoría e hipérbole, entre otras–, y con este juego del lenguaje retrata acontecimientos y estipula posturas críticas. Así va generando una “atmósfera de la guerra” que deja al lector pensando en diferentes lugares.

También se analizó el libro El canto de las moscas (1997), de María Mercedes Carranza, quien, a diferencia del esperanzador libro de Roca, tiene poemas muy breves, con cierta cercanía al haikú (tipo de poesía japonesa): en versos muy breves retrata algunas emociones e imágenes poéticas de diferentes masacres ocurridas en Colombia. Este libro se sitúa en un “territorio de lo devastado” donde ya no hay nada que hacer y donde la muerte se presencia con su atrocidad.

“Es un libro que invita a pensar en esa posibilidad de la poesía de dar cuenta de las cosas que son intestimoniables, de hablar de eso que no capturó el cuento, la novela, la nota periodística, de nombrar a partir de esa tensión entre el habla y el silencio”, explica la escritora Bernal. En este punto, la poesía le pone palabras a acontecimientos y situaciones tan devastadores como los que tiene el escenario de la violencia en Colombia. Aquí se siente desesperanza, pareciera que ya no hay nada por hacer y que la guerra y el horror se sobreponen a las posibilidades de cualquier habitante en Colombia.

Carranza se encamina, en este libro, en la línea confesional, conversacional y desgarrada, en la que sufre por la situación del país. Esta idea del testimonio también propone una posibilidad en la que la poesía se muestra como un instrumento de memoria, para evitar el olvido de lo que ha ocurrido en el marco del conflicto armado en Colombia.

Además, usa como recursos la brevedad y la contemplación de breves instantes para narrarlos y logra tocar fibras que otros medios o estilos narrativos no logran alcanzar, pues los lectores pueden tener la sensación de estar ahí, en el lugar de la masacre.

Un lector crítico

La investigadora concluye que estos textos están dirigidos a un lector que no es pasivo, sino atento, y que los poetas han buscado otras formas de nombrar la violencia y de establecer diálogos con su contexto social y político, “para que no pasemos tan de largo sobre las cifras de los muertos”.

Agrega que ese también es el lugar del arte en general: contar, desde muchas narrativas, esta situación, para entender, acercarnos, reflexionar e invitarnos a no ser tan indiferentes y “a desnaturalizar ese evento violento que muchas veces la misma prensa, al presentar al medio día tantas noticias de muertes, tristemente ya se ha naturalizado”.

También concluye que la poesía, en su diálogo con la violencia, va más allá de la denuncia pasiva y de abordar algunos datos históricos, y, por el contrario, demuestra que puede transformar una idea fija y predominante a través del lenguaje que utiliza. En este sentido, “lo poético tiene un lugar relevante de acción en el campo literario y político”.

Be the first to comment

Leave a Reply