Honras fúnebres

Elaborado por: Silvio E. Avendaño C.

Cuando en las esquinas del lugar los avisos invitaron, a las exequias de Argos, una multitud de hombres y mujeres con perros sarnosos, de pedigrí, de clase media, fifí, gozques, canes de solteronas, galgos ricos y chandosos acompañaron a Dionisio, al rito fúnebre, Una chirimía amenizó la fiesta con sus melodías. Al llegar a la esquina de la plaza de la heroína el cortejo se detuvo. El capitán de la policía declaró que por estar el país en estado de excepción no se podían hacer reuniones públicas de más de tres personas. A lo que el druida declaró que el entierro de Argos era un acto libre. No atentaba contra la libertad de pensamiento, tampoco de palabra, ni la libertad de locomoción. No se obligaba a nadie a asistir al entierro, quienes lo acompañaban lo hacían por simpatía. No era el entierro un acto subversivo. El difunto no fue bandolero, guerrillero o policía. Ante estas razones el oficial, se rascó la cabeza, sin saber qué hacer, se convenció de que Dionisio era un loco peligroso.

Y, el director de la policía impartió la orden a sus subalternos que despejaran la vía para permitir el avance del cortejo. De esta manera, el séquito fúnebre caminó en solemnidad y, pronto se encontró en la calle principal.

Los policías despejaban la vía de autos, colectivos o camiones. Y, los perros con la cola entre las piernas se unían al cortejo. De todas las pelambres, razas y colores. Y, al cuello de los canes denuncias: “Agua sucia”, “El kilovatio es muy caro”, “La alcantarilla hiede” “Abajo Apagón, el gerente de energía”, “No bendan los bosques municipales”. “Y ¿al alcalde quien lo ronda?” “¿Por qué no capturan a los narcos?” “El matadero expende carranga”, “Estamos lengua afuera con los impuestos.” “¿Los remates se hacen a puerta cerrada?” y, ¿qué de los desaparecidos?”

La noticia llegó a la alcaldía y el burgomaestre se comunicó con el director de los gendarmes. Éste manifestó: “un entierro perruno”. “A mí no me venga con pendejadas. Es un acto subversivo y estamos en Estado de excepción.”. El teniente replicó: “No puedo hacer nada. No tengo los hombres para disolver la chusma”. Furioso el funcionario amenazó que se quejaría al comando central, a lo que el subalterno le manifestó que lo hiciera. Y, el cortejo fúnebre, avanzaba, mientras el alcalde hablaba con el gobernador. Éste llamó al batallón. El general de brigada, categóricamente, le manifestó que el ejército estaba para defender las fronteras, perseguir bandoleros, dar caza a los guerrilleros y, que no enviaría a los soldados para impedir el entierro de un perro.

Y, la multitud crecía pues, se unían al cortejo los caninos conduciendo a sus amos. Y, como las emisoras, bajo censura, no tenían que transmitir, decidieron narrar el sepelio como un partido de futbol. Y, el público al enterarse cerró el negocio, le colocó al mastín la correa y, se unieron al sequito.

La chiva llegó a su Excelencia que, desde la lejana Atenasburgo, llamó al alcalde.

-Usted, sabe que no se puede perturbar el orden público. Las manifestaciones están prohibidas. –

-Sí, pero yo no sabía. Es el entierro de un perro-

-Deje de ser…-

-Por favor, respete la autoridad que fue elegida por voto popular, Excelencia-

Los espías informaron el alcalde y, éste citó a un consejo de seguridad. – ¿Qué pasaba con el detectivismo que no pudo detectar la muerte del perro y el entierro? -Una manifestación espontánea, no viola la Constitución -dijo el jefe de los investigadores- A lo que la primera autoridad replicó con un grito- ¿Cómo se le ocurre? –

Las protestas crecían con el aullido de los perros. -¡Vivas! y ¡Abajos! mientras lentamente avanzaba el cortejo. Cuando pasaron por la plaza central, la estatua del fundador de la República parecía sonreír.

El tráfico colapsó pues, no se podía llegar al downtown por ningún lado. Las vías invadidas de cuzcos y, de curiosos contemplando el paso del sepelio. Nunca se había visto tanta gente, ni en los reinados de belleza, tampoco en las peregrinaciones religiosas. Los gozques ladraban arrastrando a sus amos. Y las denuncias: “El gobierno cambia, la policía queda”, “Sin imaginación no hay ciudad”, “El corrupto no nace, la politiquería lo crea”.

Aunque no era temporada de fiestas los voladores se elevaban chispeantes y tronantes en el cielo del atardecer, que adquiría color naranja, azul, verde, rojo. Triquitraques, buscaniguas y cohetes brillaban en la atmosfera. No solo la chirimía escoltaba al difunto, también las flautas y tamboras.

Lo inesperado de Argos es que tuviera tantos conocidos, tantos parientes, tantos dolientes, Y, cuando el cortejo fúnebre pasó por el balcón de la alcaldía: “Ahí están, esos son los que roban…” “El pueblo unido por el perro jamás será vencido”. Y, el cortejo llegó a la plaza de toros pues el recorrido no era más que la serpiente que se muerde la cola. -Es una expresión irracional- decían los cercanos al alcalde que, tomaba whisky con sus compinches. La “primera autoridad de la ciudad”, como le gustaba ser mencionado, se sentía ofendida. Además, “la canalla escribía en las paredes.” Pronto tendría trabajo el “comando borrador”. Y hasta los zorreros, con sus carros tirados por famélicos caballos “costillimatados” escoltaban a Argos a la última morada.

La plaza de toros estaba a reventar. En los palcos amos y perros. En la arena el catafalco de Argos, los familiares más cercanos: el caballo, la cabra, el poni rojo. Y, comenzó la última ceremonia. Dionisio elevó sus ojos al Cielo, rogó por el ascenso de Argos a la constelación del Can, para que brillara en el cielo nocturno. Con un hisopo esparció agua perruna y, con las melodías de flautas y tambores descendió el ataúd al fondo de la arena de la plaza de toros.

Al día siguiente el escándalo se comía la ciudad. El alcalde, en el guayabo, mandó llevar a Dionisio al ayuntamiento. Lo censuró, pero el druida aclaró: “Solo he enterrado a Argos, un amigo.” A lo que el corregidor   replicó: “No se haga el güevón. Bien sabe que estamos en tiempos muy jodidos-.” Dionisio cruzando el vano de la Casa de Gobierno, dijo:

-Argos no fue enterrado en la sala de la casa como el Negro, sino que descendió a la arena de la plaza pública-

El alcalde quería enviar a chirona a Dionisio, pero no se atrevió pues temía la reacción ciudadana.

 Pero lo que no pudo imaginar el mejor amigo del perro fue la amenaza de la excomunión, por parte del superior de la comunidad. Luego del sermón del domingo en la basílica, Dionisio fue llamado al tribunal de la inquisición. Escuchó la diatriba en silencio. Al final del juicio manifestó:

“Argos no llevó a la resignación al pueblo. Tampoco recibió dinero de los narcos para la construcción de la plaza de toros. En su perrera nunca escondió a ningún pájaro ni paraco. Argos ascendió al olimpo, a la constelación de canis et lupus. Brilla en el firmamento junto a Milou –el perro de Tin Tin- y otros ilustres canes del mundo antiguo y moderno. Aunque no lo puedo probar, llegó al empíreo y, estará echado a la izquierda de la Santísima Trinidad, que le sacará las pulgas.”.

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