Haití: dos siglos de gobiernos depredadores

El 1 de enero de 1804, los haitianos se declararon independientes de Francia, el país que había ocupado su territorio durante más de un siglo y cuyas fuerzas militares habían sido derrotadas por tropas insurgentes integradas por esclavos negros en la batalla final de Vertieres.

De esa manera, Haití se convirtió en la segunda república independiente del hemisferio occidental, después de los Estados Unidos, y en el primer país donde los esclavos negros se liberaron de sus amos blancos.

Sin embargo, declarar la independencia y construir una nación libre son dos cosas muy distintas. Desde la independencia, dos factores han entorpecido el progreso de Haití.

En primer lugar los demás países –hoy en día “la comunidad internacional” –siempre le tuvieron recelos. El honor de ser la primera república negra del Nuevo Mundo no significó un principio fácil. Haití fue condenada al ostracismo y aislada por las colonias que le rodeaban, que temían su ejemplo. Francia no reconoció a la nueva república hasta que esta se comprometiera a pagar una abultada “compensación” por la pérdida de lo que había sido su colonia más prospera en todo el Caribe, responsable en el siglo XVIII del 75% de la producción mundial de azúcar. Las compensaciones fueron tan onerosas que le tomó 40 años terminar de pagarlas.

Estados Unidos

La misma actitud parece haber guiado a la política de Estados Unidos hacia Haití. En 1915, sus soldados invadieron el país para obligarlo a pagar la “deuda” que tenía con Washington. Permanecieron casi 20 años y se retiraron cuando creció la resistencia de los rebeldes “caco” haitianos. Luego, por 30 años, apoyó plenamente la dinastía dictatorial y corrupta de los Duvalier, padre e hijo. Haití el país más pobre del hemisferio, donde la mortalidad infantil, la desnutrición y otros índices de salud y bienestar son cada vez más desastrosos.

En 1994, fuerzas estadounidenses regresaron para ayudar a Aristide a volver al poder. Poco después se fueron, pero Naciones Unidas se quedó con el fin de ayudar al establecimiento de un sistema judicial y policiaco, abandonando la isla luego de las elecciones de 2000, sin haber logrado sus objetivos.

 Aristide

La elección Jean-Bertrand Aristide en 1990 pareció ofrecer una nueva esperanza. Contaba con el apoyo masivo de los haitianos, no pertenecía a la élite y tenía una reputación intachable. Desde ese momento, su figura y la de sus aliados en la “Familia Lavalás” han sido preponderantes. En una década paso de ser un presidente exiliado deseado por el pueblo a convertirse en un gobernante denostado. Sin embargo, la pobreza sigue en aumento. La desocupación rural ha obligado a miles de haitianos a dejar la agricultura para vivir hacinados en la capital, Puerto Príncipe, u  otras ciudades.

Aristide es un antiguo sacerdote salesiano que encarnó en sucesivas elecciones lo que parecía la única opción democrática a las continuas crisis del país. Nació en Port-Salut, al sur de Haití, el 15 de julio de 1953. Llegó por primera vez a la presidencia el 7 de febrero de 1991, en unas elecciones que ponían fin a tres décadas de la dictadura de la familia Duvalier y varios gobiernos inestables que la sucedieron en la década de 1980.

El ex inquilino del Palacio Nacional hacia el ejercido el sacerdocio en Cité Soleil, el mayor y más pobre de los barrios de Puerto Príncipe, donde desarrolló una intensa labor social. Simpatizante de la Teología de la Liberación y acusado de fomentar el oído y la violencia entre las clases, fue expulsado del seno de la iglesia Católica en 1988 y dedico desde entonces todos sus esfuerzos a la política. Con el apoyo del partido Familia Lavalás, que le ha sido fiel hasta ahora, consiguió en las elecciones de 1990 el 67% de los votos como candidato por el Frente Nacional para el Cambio y la Democracia.

La presidencia de Aristide comenzó con sobresaltos, cuando un mes antes de la investidura, el ex ministro de Defensa Roger Lafontant intentó encabezar un golpe militar que fue sofocado. El presidente no logró acallar el malestar entre el ejército y siete meses después de acceder al poder fue derrocado por un grupo de militares encabezados por el general Raoul Cedras. Aristide se exilió entonces en Venezuela y luego en Washington. Tras intensas gestiones internacionales, volvió a Haití acompañado de una tropa multinacional encabezada por Estados Unidos, en octubre de 1994. Un año más tarde, Aristide desarticulo el ejército y formó un cuerpo de policía, que cuenta actualmente con 5.000 miembros. En realidad no tienen equipamiento y entrenamiento suficiente y están desmoralizados. Entre los insurgentes armados se encuentran varios antiguos miembros del ejército haitiano. Entre ellos unos de los líderes de los rebeldes actuales, Guy Philippe. René Préval, amigo y colaborador de Aristide, le sucedió en la presidencia al ganar las elecciones, y permaneció en el poder hasta el 2001, año en que dejó de nuevo la presidencia al ex sacerdote.

La legislativas y municipales de mayo del 2000 dieron la mayoría a Familia Lavalás y las presidenciales de noviembre de ese año afianzaron el poder de Aristide, que logró un triunfo abrumador (91,69%) y el control total de Haití. Allí está la raíz de la crisis actual. Pensó que podría gobernar absolutamente, sin tomar en cuenta la oposición y sus intereses.

Aristide dominó el panorama político haitiano durante los últimos 15 años. Logró cierta estabilidad política, que ahora se desmoronó. Y decepcionó a muchos de sus seguidores al no impulsar un programa claro de cambio. La situación económica de Haití empeoró todavía más en los últimos años. Queda muy poco de la economía formal, con las exportaciones tradicionales de café, ron y otros productos agrícolas reducidas casi a cero. El turismo, que fue muy popular en la década de 1970, se ha esfumado casi por completo. La única fuente de ingresos que crece es el tráfico de drogas: Haití es un puente ideal entre América Latina y Estados Unidos. La esperanza de vida ha bajado hasta los 49 años a causa del sida y de otras crisis sanitarias. Los jóvenes de menos de 21 años, que suman la mitad de la población haitiana, se crían y a veces se educan con la única certeza de que no tendrán trabajo.

Y cientos de haitianos siguen tratando de escaparse del país en frágiles embarcaciones, frecuentemente para ser detenido en alta mar por las fuerzas navales norteamericanas o ser encarcelados y eventualmente deportados. Aristide y sus seguidores alegan que la oposición estadounidense y la falta de apoyo internacional le impidieron cumplir lo prometido. Ahora, perdió el apoyo de Estados Unidos, Francia y Canadá, los principales países que lo sostenían en el poder.

El palacio Nacional de Pto. Principe, epicentro cíclico de dicataduras e intervenciones extranjeras que completan ya 200 años
El palacio Nacional de Pto. Principe, epicentro cíclico de dicataduras e intervenciones extranjeras que completan ya 200 años

 Oposición

El gobierno de Aristide culpa, como siempre, a la comunidad internacional por su falta de apoyo. Está reclamando más de US $20.000 millones a Francia, como “compensación” por las ganancias astronómicas que ese país obtuvo durante el periódico colonial. Por su parte, la oposición política haitiana destaca la responsabilidad del propio gobierno. Los opositores del llamado Grupo de los 184 lo acusan de haber ganado las elecciones de 2000 de manera fraudulenta y de haber defraudado todas las expectativas del pueblo haitiano, de la misma forma que sus antecesores. Entonces protagonizaron un boicot al Congreso y se negaron a participar en ninguna iniciativa gubernamental.

Desde entonces, protestan también por el empeoramiento de la situación económica y la falta de diálogo político. Al comienzo de 2004, el proceso electoral que debería haber tenido lugar este año estuvo en punto muerto, pues no se había llegado a un acuerdo sobre quien debería dirigir el consejo electoral encargados de los comicios.

Con esta justificación, los opositores buscaron aumentar las protestas y presiones en las semanas anteriores al bicentenario, en enero de 2004, para denunciar lo que consideraron su ilegitimidad e impedir que el pudiese perfilarse  como el heredero autentico de los héroes de la independencia. Sin lugar a dudas, la oposición creció con apoyo financiero. Y hay un aspecto político importante, porque se trata de fuerzas de izquierda haitiana y de partidos de derecha. La oposición política dejó muy claro que no tiene relación con los grupos armados que avanzaron sobre la capital, y ha perdido su desarme. Consecuentemente, la situación será muy conflictiva después de la salida de Aristide, pues la oposición política oficial y los rebeldes armados no son aliados y tienen objetivos políticos e intereses diferentes. Más sangre será derramada.

 La iglesia católica

El 21 de noviembre de 2003, la Conferencia Episcopal haitiana hizo un llamado al dialogo entre el gobierno y la oposición. La iglesia pidió la creación de un “Consejo” para ayudar a Aristide a encontrar una salida política a la crisis y a organizar elecciones legislativas en 2004 dijo que la consideraría.  Pero la oposición declaró estar en contra. Desde entonces hasta la salida de Aristide no hubo ningún pronunciamiento oficial de la iglesia como institución, aunque algunos obispos expresaron su opinión individualmente. Integrantes de la Conferencia Episcopal todavía creen que la iglesia debería mantenerse al margen de la política, en parte debido a sus antiguas relaciones con Aristide. Las iglesias protestantes, que se separaron de la propuesta de noviembre, pidieron su renuncia.

 Qué se puede aprender de la historia

Haití tiene uno de los principales índices de concentración de la riqueza y el sector económicamente más poderoso está formado principalmente por una elite de ascendencia  francesa. A pesar de que la mayoría negra, desde ese entonces, está ha seguido siendo pobre y ocupando los escalones más bajos de la sociedad haitiana. La situación es el resultado de procesos históricos y hechos similares a los que se vieron en la mayoría de los países de la región, como las ocupaciones norteamericanas a principios del siglo XX y las dictaduras políticas.

La situación económica es muy preocupante, de suma vulnerabilidad y fragilidad. El PIB per cápita de Haití es de US $469 anuales, que equivalen a US $1,5 diarios. El 58% de la población es pobre y la expectativa de vida es de 49 años. No sólo la producción esta disparado. En el 2003, llegó al 42%.

Con relación al futuro de Haití, las perspectivas son muy complicadas y dependerán de la coyuntura política. Es muy difícil que la  situación mejore significativamente, en términos de crecimiento económico.

Haití es un espejo que refleja una realidad contundente que encontramos difícil de aceptar: la nuestra.

*Análisis político, catedrático de Asuntos Estratégicos, American University, Washington D.C.

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