Mujeres y mercado laboral en Colombia: salarios no compensan cualificación

Por: Roberto Mauricio Sánchez-Torres profesor e investigador, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia y Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad de La Salle

Las cifras indican que la tasa de desempleo para las mujeres es del 13,9 % mientras su participación laboral es del 52,5 %, y además que el 13,5 % son empleadas domésticas o no remuneradas. Aunque las que tienen trabajos remunerados poseen más formación que los hombres, reciben salarios inferiores.

Pese a los avances en la inserción laboral de las mujeres, ellas siguen presentando mayor exclusión, segregación, discriminación y vulnerabilidad asociadas con las características del empleo. Crédito: Brandon Pinto – Unimedios

Las brechas en la remuneración de hombres y mujeres son rasgos destacados de la situación laboral, en particular de los países en vías de desarrollo. Cuando esa diferencia en los salarios no está relacionada con las funciones que se desempeñan en el lugar de trabajo sino por razones de género, por ejemplo, se les suele considerar como “brechas en remuneración por discriminación”.

Aunque las colombianas tienen mayores niveles de escolaridad, resulta preocupante que afronten discriminación laboral y reciban remuneraciones inferiores a pesar de que trabajen en el mismo sector económico, las mismas horas y en el mismo cargo. Esa diferencia alcanza a ser el 21 % y se mantiene al considerar diferentes grupos de ingreso, es decir que aunque las mujeres tengan buenos sueldos, estos siguen siendo más bajos con respecto a los de los hombres con el mismo nivel de productividad.

La brecha salarial se confirma en distintos sectores económicos y oficios: desde empleos informales –que además realizan en precarias condiciones– hasta cargos gerenciales.

Menos oportunidades de empleo

En Colombia la tasa de desempleo es del 13,9 % para las mujeres (8,1 % para los hombres), su participación laboral es del 52,5 % (74,1 % para los hombres), y el 13,5 % son empleadas domésticas o no remuneradas.

El tránsito de las mujeres hacia el mercado laboral –que inició en la década de los noventa– ha sido un factor importante de la inclusión social, aunque limitado, en la medida en que una parte importante sigue realizando solo actividades domésticas (en la estadística oficial no son ocupadas), lo que es más notable en el grupo con bajos niveles de escolaridad y que integran hogares de bajos ingresos. En contraste, las mujeres con educación terciaria participan en el mercado laboral en una proporción similar a la de los hombres.

Además, aquellas que ya están disponibles y en disposición de trabajar tienen menos oportunidades, lo que se evidencia en que su periodo como desocupadas es más largo. Una mujer dura en promedio 18 meses buscando empleo hasta conseguirlo, mientras que los hombres lo consiguen en 7 meses.

La mayor disponibilidad de fuerza laboral femenina ha estado acompañada de altos niveles de desocupación, con más de 5,5 puntos porcentuales de diferencia con respecto a los hombres, lo que confirma los obstáculos que enfrentan las mujeres en la inserción laboral.

De esa forma, se evidencia que la menor brecha en la participación laboral se asocia con el mayor desempleo femenino. Esa diferencia se presenta tanto por las menores oportunidades de empleo, la discriminación y las barreras a la entrada en el mercado laboral, como por la posibilidad de permanecer más tiempo en el desempleo cuando su remuneración no es la principal fuente de ingreso de sus hogares (caso de cónyuges e hijas).

Otro aspecto que vale la pena mencionar es que las problemáticas de las mujeres en el mercado laboral se presentan para todas las áreas geográficas. Sin embargo, en las zonas rurales la problemática se profundiza en la medida en que la tasa de participación de las mujeres es la mitad de los hombres y su desempleo es tres veces más alto.

Precariedad laboral

Las actividades laborales y el tipo de empleo de las mujeres tienen una serie de características particulares que difieren de la situación de los hombres. Puntualmente, trabajan en promedio menos horas a la semana, presentan mayor inestabilidad en el empleo, se ocupan en empleos con relaciones de dependencia endebles (no remunerados, empleos domésticos), una gran parte se ocupa en el sector de servicios y el comercio, y aunque enfrenten discriminación, no hay grandes diferencias en algunas características de la calidad del empleo.

Es importante resaltar que la problemática en la cobertura del régimen pensional, la alta afiliación en el sistema subsidiado de salud para el total de ocupados, y en general la falta de cumplimiento de la normativa laboral, son aspectos que afectan en dimensiones semejantes a hombres y mujeres.

Las mujeres de estratos 1 y 2 enfrentan mayor desempleo y precariedad cuando logran trabajar.

La baja intensidad horaria, la precariedad en el empleo y las menores remuneraciones se articulan con las actividades de cuidado que recaen sobre las mujeres de estratos socioeconómicos bajos. Ellas dedican más del doble de tiempo que los hombres a realizar actividades domésticas (7,3 y 3,5 horas diarias, respectivamente), lo que restringe su disponibilidad para trabajar en forma remunerada y sus posibilidades de encontrar empleos en buenas condiciones.

Gran parte suele ocuparse en actividades informales, sin garantía de derechos laborales y con gran incertidumbre frente a su bienestar futuro, agravando su vulnerabilidad económica y social. Así, el 56,3 % de ellas tiene empleos informales, el 17,3 % trabaja menos de 20 horas a la semana, y el 42 % recibe menos del equivalente al salario mínimo por hora.

Urgen mejores mecanismos de inclusión

La búsqueda de equidad de género en el ámbito laboral es una bandera institucional en el mundo. Cada año, la conmemoración del Día Internacional de la Mujer es un momento para recordar el valor y la contribución que todas las mujeres del mundo han realizado a nuestra realidad.

El cierre de las brechas de género en todas las dimensiones debe ser una premisa de la política actual, en particular en el trabajo, que es un medio que les ha permitido a las mujeres mayor autodeterminación, empoderamiento y posicionamiento social. En esa medida, es imperativo ampliar sus oportunidades de empleo, garantizar equidad laboral y mejorar la inserción laboral. Sin lugar a dudas, aunque la educación es un aspecto fundamental, es limitada por las barreras en la entrada de las mujeres al mercado laboral.

Es fundamental ampliar las políticas laborales diferenciadas a distintos grupos poblacionales, en particular con una perspectiva de género que reconozca las diferencias como punto de partida para promover la equidad. Otros mecanismos que ayudarían a moderar las brechas que enfrentan las mujeres en el mercado laboral son los programas de cuotas, la inspección laboral en el sector formal, la reglamentación que permita compensación de costos de contratación, la provisión de cuidado infantil y los programas focalizados a mujeres solteras jefas de hogar.

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