Federico García Lorca II

  Por: Silvio E. Avendaño C.*

¿Qué hace el pueblo? ¿Qué hacen los gitanos? De la visión plena del éxtasis se pasa al martirio, al suplicio. En la casa de cal plena se refugian las doncellas. Preciosa, llena de miedo, entra en la casa que tiene; la Guardia civil la sigue con las espuelas relucientes. Asustados por los gritos, no encuentran donde esconderse, sátiros de estrellas bajas, las siguen con sus lenguas envolventes.

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En el portal de Belén

los gitanos se congregan

San José, lleno de heridas,

amortaja una doncella.

Tercos fusiles agudos

por toda la noche suenan.

La virgen cura a los niños

con salivilla de estrellas.

El espectáculo dantesco, es infernal. El tiempo se escondió tras los relojes. Jerez de la frontera conoció y experimentó los horrores y las angustias de la Benemérita. Una noche de tercos fusiles, una noche de muchachas perseguidas… hasta que amanece:

        Cuando todos los tejados

eran surcos de tierra

            el alba meció sus hombros

            en un largo perfil de piedra.

En el mundo de los toros, del agua y de los peces; en el mundo de los colores; azafrán y malva, frío y blanco ardiente  la muerte cabalga por un túnel de silencio, mientras  las llamas devoran a la ciudad donde se había elevado el fuego de la alegría, donde el movimiento se había convertido en imágenes de sueño, donde la fiesta, de manos con Dionisio y el vino, habían llevado, junto con la guitarra gitana al olvido del abrumador mundo de la necesidad.

Federico García Lorca cambiaba a cada tiempo de casa. Tenía el presentimiento de la muerte. Quien amaba el deseo, quien podía convertirlo en poesía, y quien escribiera:

 

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! Ay que trabajo me cuesta

Quererte como te quiero!

Por tu amor me duele el aire

el corazón y el sombrero

¿Quién me compraría a mí

                                                                             este cintillo que tengo

                                                                              y esta tristeza de hilo

                                                                              blanco, para hacer pañuelos?

    ¡Ay que trabajo me cuesta

quererte como te quiero!

 

Fue detenido… el 16 de agosto de 1936, un mes después del golpe militar, Federico García Lorca fue sacado de la casa de su amigo, el poeta falangista Luis Rosales, y conducido por Ruíz Alonso, al gobierno civil. En aquella mañana, el pelotón de fusilamiento en las tapias del cementerio. Se sabe que la familia Rosales hizo todo cuanto pudo para salvarlo. El general Queipo del Llano, supremo jefe militar de Andalucía, hizo conducir a Federico a Viznar. Miles de españoles fueron llevados a la seca comarca entre Viznar y Alfacar, cerca de Granada, donde se dice que bajo un olivo se cometió el asesinato.

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Pero ya duerme sin fin

ya los musgos y la hierba

abren con dedos seguros

la flor de su calavera.

 

Durante mucho tiempo, luego de la muerte del poeta se le ha calumniado. Su homosexualidad que sirvió como pretexto a un francés, bajo el seudónimo de Schonberg. Dizque el crimen fue ajustes de cuentas entre amantes, una venganza, una pena de amor… Así el mundo cristiano y también árabe, habitado por los gitanos del sol y luna, afectado por el odio, la mordaza, la miseria y el rencor, luego del asesinato volvería la guardia civil a la casa de Granada y quemara a todos  sus escritos.

                                                                                  Federico quien había escrito:

Como no me he preocupado de nacer

                                                                                   no me preocupo de morir

Y poeta en Nueva York, llanto Ignacio Sánchez Mejía, las obras teatrales: Yerma y la casa de Bernarda Alba, sabía de la muerte cercana:

Cortaron tres árboles

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eran tres

(Vino el día con sus hachas)

eran dos

(Alas rastreras de plata)

era uno

era ninguno

(Se quedo desnuda el agua)

 

Tres días antes de su muerte Federico, tranquilo y lleno de confianza en su frágil embarcación, en medio del odio desencadenado, que sin límites y son obstáculos, mugía en busca de montañas de sangre, escribe, impasible y sereno:

                                                                                                                 Si muero

(Dejad el balcón abierto)

El niño come naranjas

(Desde mi balcón lo veo)

el segador ciega el trigo

(Desde mi balcón lo siento)

Si muero

¡Dejad el balcón abierto!

* Profesor de Filosofía y Letras de la Universidad del Cauca

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