“La poesía me ha permitido tener un lugar en el mundo”: Nelson Romero Guzmán

Tomado: El Espectador

Por: Albeiro Montoya Guiral / @amguiral

Nelson Romero Guzmán es un virtuoso de la palabra, pero también un artista del silencio; un “hacedor”, en el sentido clásico del término o, si se quiere, en el sentido que a esta palabra le dio Jorge Luis Borges.

El poeta Nelson Romero Guzmán ha sido traducido al inglés (por la New York Poetry Review), al griego y al portugés. / Tomada de: Comunicaciones Universidad del Tolima

Nació en Ataco (Tolima) en 1962. Hace 30 años vive en Ibagué, ciudad donde ha construido con paciencia y meticulosidad una obra poética sólida, plástica, de un estilo personalísimo que lo ha hecho merecedor del Premio Nacional de Poesía Fernando Mejía Mejía por su libro Rumbos (1992); del Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia por Surgidos de la Luz (2000); Premio Nacional de Poesía Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá por Obras de mampostería (2007); Premio Internacional de Poesía Casa de las Américas 2015 por Bajo el brillo de la luna, y el Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura de Colombia 2015 por su libro Música lenta.

Con estas distinciones en su haber y con otros libros publicados, se encuentra en el momento en que es uno de los referentes de la poesía colombiana contemporánea. Es licenciado en Filosofía y Letras y Magíster en Literatura y trabaja como docente en la Universidad del Tolima, sin embargo, no gusta hablar de estos asuntos, no gusta hablar de sí mismo; comparte, en ese sentido, “la humildad del jardinero” con José Manuel Arango, otro poeta tan entrañable como él. En esta entrevista nos habla de su manera de ver la poesía, acerca de su proceso creativo, de su experiencia, de la pintura, gran protagonista de sus libros más celebrados, de lo que piensa de los premios literarios y de los poetas en los tiempos de las redes sociales.

¿Cómo fue su primer encuentro con la poesía? ¿Empezó a escribirla en su natal Ataco o en Ibagué?

Mis amoríos con la poesía iniciaron en Ataco, cuando era bachiller, pero ese primer acercamiento fue como lector. En la biblioteca municipal y en la biblioteca del colegio empecé a hacer unas lecturas un poco desordenadas de ensayo, de poesía, de entrevista a escritores, novela, cuento. La verdad, yo aspiraba a ser un narrador, y empecé escribiendo minificciones sin saber que lo eran; en ese tiempo leía a Jairo Aníbal Niño, algunas antologías de Celso Román, a Juan José Arreola, y el género me fascinó, y creo que alcancé a escribir más de cien minificciones. Alternaba su escritura con la de la poesía, y al final me di cuenta de que yo tenía mayor talento, mayor capacidad para escribir poesía y no minificción, de tal modo que me desprendí de la narración breve, no conservo ninguna de esas historias, salvo una que fue finalista en un premio convocado por una revista que se llamaba Canora, especializada en minificción, de Armenia, creo.

Me enamoré entonces de la poesía; la leía con constancia, me aprendía de memoria muchos poemas de la tradición hispánica, colombiana, sobre todo de corte tradicional. Poco a poco fui conociendo más y más obras de poetas contemporáneos, por mi propia cuenta, y apoyado por las lecturas de crítica literaria que hacía, y por las selecciones que publicaba sobre todo el Magazín dominical de El Espectador. De esa manera casi autodidacta empecé este camino.

Entonces no llegó a escribir cuento como tal, o novela…

Llegué a escribir una novela, pero estando muy joven, como a los 15 o 16 años. Un texto que de novela no tenía nada, era más bien una especie de imitación de García Márquez, menos mal fui consciente de ello y lo abandoné sin dejar ningún rastro de él. Escribí cuentos largos también, pero supe que no tenía ningún talento para ello, tuve la lucidez por lo menos para entender el fracaso.

¿Le parece, pues, importante la autocrítica?

Es muy importante, creo que hace parte del talento, porque uno se educa para ser lector no sólo de los otros sino también de uno mismo.

Y a propósito de los otros, ¿algún poeta colombiano que le resulte entrañable?

Héctor Rojas Herazo. Un poeta mayor pero poco conocido, un autor que debería leerse más. Escribió una poesía que se ubicaba dentro de lo popular, dentro de lo muy imaginativo y al tiempo sustancial; un autor muy originario en su materia poética, en su decir. Rojas Herazo hace con las palabras menos poéticas grandes poemas. Es un autor cuyas imágenes son tan sencillas y a la vez profundísimas, dueño de un tono narrativo en su poesía y de una forma de nombrar la vida a partir de la descomposición que sobrecogen. Es un punto de partida muy importante para la poesía colombiana, es la idea de poeta a la que deberíamos aspirar.

Un gran referente, como me da la impresión de que también lo es para usted José Manuel Arango…

José Manuel Arango es un poeta de la imagen, de la concisión, un poeta del juego. También son referentes para mí Álvaro Mutis y Juan Manuel Roca. Este último me parece que es uno de los grandes poetas colombianos; ha refrescado la tradición de nuestra poesía, dialoga desde diferentes ámbitos no sólo con esta tradición sino con la europea y con el entorno. Si queremos hablar de un poeta que haya abordado el tema de la violencia, podríamos hablar de Juan Manuel Roca, quien ha escrito sobre este tema, pero sin tocarlo de una manera directa. El mundo de la imaginación de este poeta permite que muchos temas pasen por el lenguaje y se conviertan realmente en una exquisitez.

¿El poeta no debería abordar el tema de la violencia directamente en su obra? Habitamos un país que cada día es más violento y que cada vez nos llena más de rabia y de tristeza, ¿la poesía no debería testimoniar todo ese dolor?

La violencia se ha sistematizado, se le ha dado cuerpo político y jurídico, lo que la ha convertido también en una moda. Es como si fuera un espectáculo del cual el poeta tuviera que dar cuenta en sus libros. Yo pienso que la poesía no toca ni los conceptos ni las cosas de una manera directa, sino que los grandes poetas siempre han escrito, de alguna manera, sobre la violencia, entendida como un fenómeno humano del dolor, de desgarramiento, de la lucha; el poeta se sitúa de alguna forma en ese espacio doloroso de la existencia, pero la muerte como bombardeo, como mutilación, como saqueo, como derramamiento de sangre, la muerte como desplazamiento son temas a los que algunos poetas se acercan como ante un espectáculo que quisieran mostrar en sus obras y, quizás, para estar al día, para estar a la moda. En lo que escribo está la violencia. En mi libro sobre Münch está el desgarramiento humano, el dolor, el asesinato. La violencia dicha desde la poesía debe desplazarse a diferentes percepciones de lo que es, y no contarla como si el poeta estuviera ubicado frente a ella como un cronista, como un reportero. La violencia como una categoría social, como una categoría histórica puede leerse desde la sociología, desde el periodismo, desde la crónica, aunque a veces la recoja la novela.

Cuando habla de que hay poetas que escriben para estar a la moda, me recuerda que dadas las circunstancias del mundo donde las redes sociales tienen gran relevancia dentro de la comunicación, hay poetas que se han vuelto a través de ellas publicistas de sí mismos, ¿Qué piensa del autor que se autopromociona? Elvira Hernández dijo en una entrevista concedida a Simón Granja que “después del punto final, el poeta debe pasar al anonimato” o, de lo contrario, estaría en peligro. ¿Qué piensa usted al respecto?

Yo pienso que el poeta debe dar más cuenta del lenguaje, y de su obra, que de sí mismo. El ejercicio de quienes se aprovechan de la cultura, de la voracidad y del espectáculo para autopromocionarse es meramente narcisista. Los poetas que se promocionan haciéndose amigos de otros que son reconocidos, le están haciendo mucho daño a la imagen del poeta como tal, que se convierte en la de un burócrata, en la de un personaje de farándula, y esto, además, le hace daño a la crítica, al ejercicio de la escritura, y lo que es peor: a los lectores. Porque uno como escritor debería elevar a la máxima expresión la categoría del lector.

Pienso que las redes sociales, como Facebook, en cierta forma lo muestran todo. El poeta escribe un poema de un tirón y de inmediato lo sube a la web. Yo creo que una obra se escribe es esperando; creo que Gonzalo Rojas lo dijo alguna vez en la Casa de Poesía Silva, cuando le preguntaron sobre cómo escribía un libro y respondió que esperando. Yo creo que la literatura se escribe esperando, por eso he preferido el silencio. El silencio nos cubre, aunque pareciera ocultarnos; debemos decir desde el silencio, decir, en lo posible, grandes cosas desde el silencio. Creo que el silencio es el lugar donde maduran las obras. Nos hemos dejado invadir por ese ruido de las redes y de los medios y de la autopromoción. Necesitamos recuperar el espíritu de la escritura, su vocación silenciosa.

En ese sentido, ¿cómo escribió usted Bajo el brillo de la luna?

Escribí este libro durante 10 años. Hace parte de una trilogía sobre la pintura. El primer libro fue Surgidos de la luz, luego La quinta del sordo, alrededor de las imágenes pictóricas de Francisco de Goya, y por último vino Bajo el brillo de la luna a propósito de Edvard Münch. Es un libro que tuvo que reiniciarse, porque no encontraba el tono, la musicalidad, no encontraba vida en algunos poemas, y sentí que estaba vacío a pesar de estar lleno de palabras, de tal suerte que me di el tiempo necesario para escribirlo: 10 años. Nació nutrido por las pinturas, por el mundo de las pinturas de Münch, y asimismo por el mundo en que yo vivía en ese tiempo. Trabajaba en la rama judicial y creo que la misma obra de Münch, sus pinturas como tal fueron dialogando con esa cotidianidad de los crímenes, con esa vida oscura del delito que se leía en los folios donde yo trabajaba.

Así lo había imaginado a usted dentro de su proceso de escritura, como un ser del silencio, y me alegra que así se haya reconocido, por lo mismo lo he imaginado también muy reacio a los premios literarios, aunque cuenta con premios muy importantes, entre estos el Premio Casa de las Américas, una distinción que recibieran en su tiempo el mismo Gonzalo Rojas y el mítico Roque Dalton. ¿Cómo fue recibir para usted la noticia de este premio?

Yo envié ese libro a concursar unos pocos días antes de cerrar la convocatoria. Y realmente, por el respeto que le tengo al premio, por su tradición, por los autores que lo han obtenido, no tenía mucha esperanza, nunca pensé que lo ganaría. Me había olvidado incluso de la fecha del fallo y de repente me llamó desde Cuba Jorge Fernet a decirme que yo me había ganado el premio. Recibí la noticia con mucha emoción, no sabía si era cierto, no sabía si estaba soñando. No creí que fuera a ser el ganador de esta versión 56 del Casa de las Américas, me siento muy agradecido por el reconocimiento que significó para mí. Aún así pienso que, a pesar del ruido que pueda traer un premio, me siento muy bien con el silencio, con no decir “yo soy”, con no decir “yo hago”, con no decir “yo gané un premio”, con no estar detrás de las editoriales o de las casas editoriales, detrás de los eventos. El silencio sigue habitando en mí.

¿Por qué razón decidió escoger a van Gogh, a Goya o a Münch para traerlos a la poesía? ¿Por qué estos pintores? Bueno, ¿y por qué son pintores estos personajes de sus libros? ¿Hay algo de poetas en ellos? ¿Se identifica con algo de ellos en particular?

Admiro la pintura, admiro los pintores, aunque nunca haya intentado pintar. Pienso que la imagen pictórica está cargada de poesía, es parte del lenguaje de la poesía, que es poesía visual; creo que Goya, Münch, van Gogh, son pintores hermanados no sólo por el sufrimiento como artistas, como individuos, sino también porque supieron representar en sus obras, o interpretar a partir de sus obras, todo el drama humano, la tragedia humana. Ellos en sus pinturas retrataron la condición humana. Me parece que en ellos está la conciencia del poeta, del creador. Yo pienso que las grandes obras no son hijas de la imaginación, no sólo son hijas de la inutilidad, sino que también están cargadas de mundo, de lecturas de mundo y de pensamiento. La pintura lo incita a uno a pensar, a vivir otras dimensiones del ser, y estos pintores lograron captar esa esencia de la historia, del ser humano, del lenguaje. Goya en La quinta del sordo está en la oscuridad, en el sufrimiento, expresado a través de la paradoja de la luz, de la iluminación. Me pareció, pues, fascinante, ingresar a esos mundos a través de la poesía.

Algunos narradores hablan de que hay que tener disciplina en la escritura; hay algunos que dicen, como César Aira, que mínimo deben escribir una página al día; otros que no deben estar por debajo de las mil palabras diarias, ¿usted cree que un poeta también debe ser así de “disciplinado”?

René Char dice en uno de sus aforismos: “¡Cómo sangras, disciplina!”, tal vez como una crítica al trabajo. Yo creo que el poeta no es un trabajador, en el sentido en que sí lo sería un profesor, por ejemplo, o un académico, un empresario. Un artista trabaja con otra noción del tiempo y del espacio. Creo que la disciplina en un artista requiere mucho del desorden. No creo en ese concepto tan riguroso de la disciplina medida con el tiempo donde tú te encierras a escribir y escribes doscientas palabras en una hora, yo creo que esa lógica no funciona dentro de la creación, es una cuestión muy distinta, y esa disciplina, si la hay, en el artista, es una disciplina del inconsciente. Podemos estar soñando que escribimos, y muchas veces los sueños, las imágenes de la ensoñación nos permiten construir textos a partir de allí. La disciplina puede matar a un escritor. Yo escribo cuando tengo el impulso, cuando me urge de adentro, sin ese deseo no podría escribir.

Un libro se escribe en la medida en que uno va caminando, en que sube en un ascensor, en que va por cualquier lugar. El libro lo habita a uno y en el momento en que se llega a escribirlo, de alguna forma es que se está sacando eso que ya se ha fraguado dentro de la conciencia poética.

¿Qué le agradece Nelson Romero Guzmán a la poesía en este momento de su vida?

Todo. Le agradezco todo a la poesía. Me ha permitido ser quien soy, la poesía me ha permitido tener un lugar en el mundo; le agradezco por haberme regalado la posibilidad de estar en su espacio literario, como decía Blanchot. Por darme ese placer de escribir, que llamaría un placer de oficio. La poesía es aquel lugar de la existencia, de la provocación, en donde se unen la reflexión, el sueño, la sensibilidad. El poeta es como una antena que está captando el mundo, el universo, los entornos y los está transformando en temporalidad y en memoria a través del lenguaje. Yo diría que, si volviera a nacer, si se me diera esa posibilidad, si pudiera volver a escoger a qué dedicarme en este mundo, yo escogería de nuevo la poesía, aunque sea el lugar donde nos enfrentamos a todas las derrotas.

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