Derrota de Uribe

Una campaña contra la corrupción y la politiquería que derrochó los recursos del erario y acudió al clientelismo desvergonzado se volvió contra el gobierno. La victoria fue de la abstención

Álvaro Uribe se empeñó en que el pueblo colombiano le refrendara toda su política de congelar salarios, reducir pensiones y dificultar, aún más, el acceso de las fuerzas oposicionistas al Parlamento, el cual, además, se vería debilitado frente al poder Ejecutivo. El autocrático mandatario contaba con que, al aprobarse el Referendo, se abriría paso su reelección. Movido por esas ambiciones, elaboró un cuestionario farragoso y cargado de preguntas que demostraban que Uribe considera a los colombianos más ingenuos de lo que realmente son. Pero la propia forma de la actividad proselitista dio un mentís a las promesas. Mientras que sostenía que el Referendo se enfilaba contra la corrupción y el despilfarro fiscal, gastaba con desfachatez los recursos públicos en promover su proyecto.

Funcionarios de ministerios, embajadores y él mismo abandonaron todas las obligaciones para dedicarse a esta campaña electoral. Ofreció becas y trabajo, preferencia para planes de vivienda y permisos dobles a quien votara; sus capitanes de campaña distribuyeron carnés del Sisben, y el aspirante a dictador vitalicio dispuso que el parque automotor de departamentos y municipios quedara a disposición de sus tenientes electorales. Lo que se ofrecía como la muerte de la politiquería, se promocionaba echando mano del más descarado de los clientelismos.

Los gremios del gran capital destinaron cuantiosos recursos a la propaganda y chantajearon a los trabajadores, sobre quienes pendió la amenaza de que aquellos que no demostraran haber sufragado, perderían el empleo. La misma intimidación velada recayó sobre los empleados públicos. La democracia de participación mostró su rostro autoritario. La propia embajada norteamericana se apresuró a llamar a votar el Referendo, y el Fondo Monetario y los financistas internacionales dieron a entender que si la iniciativa naufragaba, otro tanto le ocurriría a Colombia. El vivo interés de los poderosos hacía dudar de los beneficios que se ofrecían a los desamparados. Uribe y sus ministros menospreciaron la inteligencia de sus conciudadanos, y recibieron el merecido castigo.

El resultado del 25 de octubre es una victoria de los trabajadores y del pueblo colombiano. En ella jugaron un papel importante numerosas organizaciones sindicales y políticas y la natural desconfianza de la gente frente a los promeseros.

La Gran Coalición Democrática contra el Referendo hizo un esfuerzo para desentrañar el engaño de dicho proyecto, igualmente, la Dirección Liberal adoptó un actitud digna y le salió oportunamente al paso a los intentos de fraude. Uribe, que convocó el Referendo asegurando que lo hacía por respeto a la voluntad popular, busca imponer en el Congreso las medidas que el pueblo le rechazó en las urnas. De todas maneras, el gobierno enfrenta dificultades para cumplir sus compromisos con el Fondo Monetario y las aspiraciones reeleccionistas se fueron a pique.

Estamos ante un mandatario narcisista que ha hecho girar toda la gestión del Estado alrededor de su imagen personal de Mesías. Esa egolatría ha impedido incluso la organización de sus partidarios y se ha alimentado demeritando a sus ministros y demás subalternos, a quienes somete con frecuencia al escarnio público. Al saliente ministro del Interior lo utilizó con el fin de tantear el terreno en asuntos tan delicados como cambiar las reglas del juego para sumar las papeletas no marcadas y aprobar el Referendo o para amenazar con la renuncia si no se le aprueba el paquete legislativo. Después del 25, el Presidente ha aparecido descompuesto y amargado, repartiendo mandobles a sus alzafuelles, en cuyas filas aflora la fragmentación. No obstante, los ciudadanos deben prepararse a enfrentar el paquete legislativo oficial, el cual comprende una escalada de impuestos al pueblo, despido de trabajadores y más exenciones al gran capital. Uribe tampoco cejará en su propósito de imponer reformas políticas todavía más antidemocráticas.

Los resultados del 26 de octubre tampoco fueron favorables a la camarilla uribista, pero muestran el fortalecimiento de una tendencia en América Latina, que pregona que los oprimidos no deben luchar sino concertar, que promete aliviar el azote del hambre mediante limosnas de los más ricos y que prohija también las mermas en los salarios, a los cuales señala como causantes del incremento de las tarifas de los servicios públicos.

Estas páginas, siempre atentas a alentar todo esfuerzo unitario elevarán, sin embargo, su voz crítica contra esas posiciones, que siembran confusión entre maestros, estudiantes y trabajadores y facilitan que continúe la depredación del Fondo Monetario Internacional.

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