La trampa de la pertinencia (II)

Por:  Francisco Cabrera

Las reformas en educación superior

En el número anterior analizamos las implicaciones de la pertinencia para la investigación científica. En el momento de escribir esta segunda parte, en la que trataremos la forma como la pertinencia afecta la enseñanza en la educación superior, la Universidad Nacional enfrenta un conflicto por la imposición, parte del gobierno, de Marco Palacios como nuevo rector. 

Negocio del siglo XXI

El tema objeto de estas líneas se pone al orden del día, máxime cuando las políticas del Icfes, las bases para la reforma académica expuestas por la Vicerrectoría académica, y el propio programa con el que Palacios presentó su candidatura a la rectoría, se encuentran inspirados en las recetas típicamente imperialistas de Gibbons.

915 La trampa de la pertinencia-

Los dos fenómenos que para Gibbons impulsan las reformas en la educación superior son su masificación y la economía globalizada cuyo mercado laboral demanda de personal con nuevas competencias a los que se denomina pretenciosamente «trabajadores de conocimiento». La masificación se explica por la tendencia a la cobertura universal en la educación secundaria que genera una presión sobre la universidad.

En 1997 en los países de la OCDE la cobertura promedio en educación superior se situó en 54% y en América Latina en 25%. Colombia está por debajo de esta cifra, a pesar de que entre 1990 y 2000 ese índice pasó de 13 a 21,8%[1]. En 2001, de 977 mil estudiantes matriculados, 40% lo estaba en instituciones públicas y 60% en privadas. En la medida en que se masifica el acceso a la universidad a ella ingresan estudiantes provenientes de estratos sociales más bajos y los egresados ya no pasan a ocupar los cargos de dirección de las empresas o del Estado, se convierten en asalariados.

La reforma de la universidad hace parte de la reforma general de la educación. El banco Mundial y la UNESCO vienen promoviendo que en las escuelas y colegios públicos de la básica y media, se cambien los métodos pedagógicos por el «constructivismo», según el cual, los estudiantes «son responsables de su propio aprendizaje»[2]. Los currículos deben servir para impartir unas competencias básicas en matemáticas y lenguaje, que le «enseñen al estudiante a aprender», junto con unos valores «que fomenten la cohesión social y la participación cívica»[3]. Insisten, además, en que la enseñanza de competencias laborales debe trasladarse a la educación superior, cuya prestación debe recaer principalmente en el sector privado[4].

A todo esto se agrega, como lo afirma Gibbons, que en el mercado se ha creado un «gran aumento de la demanda de formación permanente»: La moderna educación superior masiva enseña a la gente a no dedicarse casi por entero a una ocupación o a un determinado conjunto de aptitudes. La prepara para la eventualidad de que ambas cosas cambien a menudo y de que tengan que moverse con celeridad. Para moverse con celeridad hay que acarrear poco peso, tanto en aptitudes como en actitudes. La única aptitud que nunca se vuelve obsoleta es la de adquirir nuevos conocimientos[5]

¡Hay que acarrear poco peso! Y hay que dosificar la educación para mantener viva la demanda por «nuevos conocimientos». He aquí buena parte de la explicación a las reformas que se están adelantando en el mundo universitario. En resumen, los rápidos cambios tecnológicos, las «flexibilidades» del mercado laboral y las mayores demandas por acceso a la universidad y por «educación permanente», han creado lo que Gibbons llama «la clientela de la educación superior», o como dice Peter Drucker, han hecho de la educación superior uno de los más fabulosos negocios del Siglo XXI.

«Solucionadores de problemas»

A lo que asistimos es a la dramática realidad del destierro de la teoría de la enseñanza.

Gibbons nos plantea que las nuevas universidades deben cumplir un «número de objetivos sociales amplios: respaldan el desarrollo económico (y cada vez más el regional), proporcionan educación durante toda la vida y apoyan la cultura cívica», lo cual exige pasar de una educación basada en las disciplinas (modalidad 1) a otra basada en la solución de problemas (modalidad 2) con «currículos mucho más complejos»[6]. Así lo explica:

En particular, los nuevos planes de estudio no pueden ya estar sujetos al impulso intelectual en la medida que lo estaban antes. Al contenido intelectual se le ha sumado ahora la necesidad de adecuarlos a una finalidad, lo que a menudo incluye la adquisición de una serie de aptitudes prácticas: en la solución de los problemas, en las comunicaciones interpersonales, y en lo que podría llamarse ‘aprendiendo a aprender’. Pero con la misma frecuencia significa adquirir los rudimentos de más de una especialización; por ejemplo, matemática o estadística, computación, un poco de economía o teoría de la gestión.

En pocas palabras, la diferenciación de las misiones de conocimiento tiene su equivalente en la que se ha producido paralelamente en el contenido, la duración y el modo de impartir currículos.

Es claro que se está hablando de rebajarle a la teoría en aras de proporcionar a los estudiantes unos «rudimentos de más de una especialización». Así, en la educación que se le ofrece al pueblo, la multidisciplinariedad y la interdisciplinariedad resultan ser una estafa pues redundan en una menor calidad, medida como la profundidad en los temas abordados. Esto nada tiene que ver con el hecho de que el avance de la ciencia ha venido derrumbando las fronteras entre las distintas ramas del saber, hasta el punto de no poder dominarse una disciplina sin el concurso de otras. A lo que asistimos es a la dramática realidad del destierro de la teoría de la enseñanza.

El Icfes, por ejemplo critica los planes de estudio que atiborran a los estudiantes de conocimientos enciclopédicos, y de acuerdo con Gibbons alecciona sobre la necesidad de currículos centrados en la «solución de problemas». Para que los profesionales que produce la universidad sean «identificadores, solucionadores e intermediarios de problemas»[7]en una abundante cantidad de contextos especializados, el Icfes propone la flexibilidad[8]: reformas que amplíen la oferta de carreras y de cursos ajustados a las demandas del mercado laboral, con contenidos, pedagogías, tiempos de duración y formas de organización de la universidad, flexibles.

Miremos este ejemplo concreto de plan de estudios traído a cuento por Gibbons y citado por el Icfes en su libro sobre la flexibilidad: En el área de la medicina, algunas escuelas han dejado de lado el enfoque normal de la capacitación médica basado en conocimientos previos de anatomía, fisiología, biología y química antes de enfrentar a los pacientes, prefiriendo enseñar a los futuros médicos cómo construir «repertorios de soluciones para problemas»

¡Esclarecedor! Agrónomos que abordarán los cultivos sin «conocimientos previos» de botánica; arquitectos que harán los puentes y edificios sin saber de cálculo de estructuras y resistencia de materiales; mecánicos que se relacionarán con las máquinas sin «conocimientos previos» de física. Por increíble que parezca, la defensa de un pragmatismo a ultranza conduce a semejante absurdo. La experiencia universal enseña que cuanto más complejos son los problemas enfrentados por el hombre, más necesaria se hace la teoría para alumbrar el camino que conduce a su solución. Cuando más se habla pomposamente de la complejidad y de que hemos entrado en la «economía del conocimiento», sus adalides empujan a la sociedad a hundirse en el empirismo más obtuso.

Constructivismo en pedagogía

Igualmente graves son los cambios que se plantean en materia pedagógica. En el campo de las ciencias, la concepción de la enseñanza que parte de la solución de problemas y utiliza como método el constructivismo, está haciendo estragos en nuestras escuelas y universidades. Miremos a manera de ejemplo esta posición de un profesor de química de la Universidad Nacional: (…) concebimos que el aprendizaje es un proceso de pensamiento mediante el cual cada individuo construye sus propios conocimientos sobre el mundo y nadie puede pensar por otro, por lo tanto el conocimiento no se puede transmitir[9].

Si el conocimiento es una construcción individual y por tanto no se puede transmitir, la verdad se vuelve relativa al individuo que conoce. Este relativismo epistémico no solo niega la existencia de la realidad objetiva, sino la posibilidad que tiene el hombre de llegar a comprender las leyes universales que la gobiernan. Para estos relativistas la ciencia no es la representación más exacta que el hombre ha alcanzado de la realidad, sino simplemente conocimiento que mantiene su validez por el consenso existente entre los científicos. Estas tesis se sostienen a pesar de que tecnologías como la ingeniería genética o los microprocesadores, entre otras, nos revelan a diario la extraordinaria precisión alcanzada por la ciencia como reflejo consiente del mundo material en la mente del hombre.

Ética, nuevo opio

De remate, todas las carreras se encuentran atravesadas por la «cultura cívica» y por la ética. Aquí el currículo cumple un papel fundamentalmente ideológico. Un objetivo central es borrar de la mente de los pueblos las teorías surgidas bajo la ilustración, particularmente el marxismo, según el cual, el hombre, basado en el conocimiento de la realidad objetiva, puede conocer las leyes que rigen el desarrollo social, y que la historia nos demuestra que el motor de ese desarrollo son las contradicciones económicas, cuya expresión en el terreno político, la lucha de clases, conduce a la revolución.

Por ello se pregona el posmodernismo, con su relativismo epistémico, que pacta con la superstición y con el misterio; que no habla de lucha de clases sino de «diferencia» y de «tolerancia»; que en lugar de la revolución promueve la «resolución pacífica de los conflictos», la «solidaridad» y la «ética». Este es el nuevo opio, con el que se pretende mantener a raya la rebeldía del pueblo, en resumen, el conocimiento aparece como una amalgama de «verdades», científicas o no, y de «valores» que se ofrecen en un inmenso supermercado en el que el papel de la educación y del maestro, es dotar a los estudiantes de las competencias para poder tomar de él los «rudimentos» que necesitan en la «solución de problemas».

Según esta visión mercantilista, las universidades serán los escenarios principales de ese negocio, pero para poder cumplir su misión deben transformarse, por un lado, adquiriendo una organización empresarial con una autonomía circunscrita a la gerencia y contraria a la democracia, y por el otro, mediante un vuelco en su estructura académica, en donde se destaca una nueva forma de impartir los currículos, que se vuelven flexibles en varios aspectos:

• El paso de las disciplinas a la solución de problemas, determina el paso de las asignaturas, como unidades de contenido, a los núcleos, los módulos, y los cursos, que son, en muchos casos, interdisciplinarios.
• Aparecen los proyectos para ligar investigación y formación dentro de un concepto constructivista, y dentro del mismo criterio, prelación al trabajo en grupo frente a la cátedra magistral.  Mayor diversidad en la oferta de carreras cursos, diplomados, modalidades a distancia y virtuales etc.
• Formación por ciclos (un ciclo de 2 años otorga título de técnico o tecnólogo y uno de 4 de ingeniero, por ejemplo) y disminución del tiempo de las carreras.
• Se establecen los créditos como unidad de medida del trabajo académico del estudiante posibilitando que estos (los clientes) aprendan a su propio ritmo y que puedan desplazarse dentro y entre la instituciones de educación superior.[10]

Calidad de la mercancía

Finalmente unas palabras sobre el tema de la calidad. Las disertaciones de los tecnócratas oficiales al respecto nos recuerdan los discursos con los que se ambientó la toma de los servicios públicos por las multinacionales. Las similitudes no son solamente formales. El mercado del conocimiento del que se está hablando es mundial y en los países desarrollados existen universidades que son verdaderas transnacionales. La Organización Mundial del Comercio viene avanzando en su intento porque se acepte el carácter de mercancía de la educación y porque su comercio internacional pueda ser regulado por esa entidad.

De lograrlo, las reformas que aquí se han comentado habrán despejado el camino. Los estándares, los procesos de autoevaluación, heteroevaluación y acreditación, constituyen las herramientas que establecerán el prestigio de las instituciones en el mercado. Las entidades de acreditación, nacional e internacionalmente, serán las encargadas de juzgar la pertinencia de la educación que se ofrece. Las universidades de mayor prestigio seguirán educando a las élites de los estados y de las empresas y el pueblo irá a las que darán rudimentos de formación a los futuros asalariados.

Las naciones como Colombia, mientras sigan atadas al control del imperialismo norteamericano, tendrán vedado el camino del progreso. Hoy, más que nunca, se requiere de un profundo debate propiciatorio de una verdadera revolución cultural que, como la Expedición Botánica en tiempos de la Colonia, allane el camino de nuestra independencia.

Notas

[1]   Documento Conpes 3189. Programa integral de financiación de matrículas y fortalecimiento de la calidad de la educación superior. Bogotá. D.C., 31 de julio de 2002.
 
[2]   Constructivismo, método pedagógico que se ha tomado las aulas, y que gnoseológicamente se basa en el relativismo epistémico.

[3]   Banco Mundial. Cambios en la educación en América Latina y el Caribe.1998.

[4]   Banco Mundial. Cerrando la brecha en educación y tecnología. 2002.

[5]   El subrayado es nuestro.

[6]  El documento de la Vicerrectoría Académica de la Universidad Nacional, Bases para una política académica (Borrador 003, nov. 26 2001), que aplica los planteamientos de Gibbons, explica así el significado que aquí se le da al término complejidad: «La noción de complejidad no alude a la profundidad de los conocimientos sino a la imposibilidad de formular los problemas dentro de un determinado paradigma. Se considera más complejo el problema que implica la contribución de un número mayor de disciplinas o de saberes distintos».

[7]   Gibbons toma esta definición del libro El trabajo de las naciones, de Robert Reich, Ministro de trabajo de la primera administración Clinton.

Reich divide a los trabajadores en tres categorías: los de servicios rutinarios que abarcan las tareas manuales menos calificadas; los de servicios en persona, que comprenden las ventas, atención al público y servicios personales (peluqueros, taxis, aseo, etc.) y en tercer lugar los llamados analistas simbólicos, cuyo papel es intermediar, identificar y solucionar problemas haciendo uso de lenguajes abstractos como modelos matemáticos, argumentos jurídicos, recursos administrativos, principios científicos, simulaciones por computador, planteamientos psicológicos o sociológicos, entre otros.

[8] Díaz Villa, Mario. Flexibilidad y educación superior en Colombia. Serie Calidad N° 2. Icfes. 2002.

[9] Cubillos Alonso, Germán. Profesor asociado Departamento de Química, Facultad de Ciencias, Universidad Nacional de Colombia. Epistemología e historia en la pedagogía de las ciencias naturales. En la revista Innovación y Ciencia. Volumen X, N°. 3 y 4. 2002.

[10]   Díaz Villa, Mario. Flexibilidad y educación superior en Colombia. Serie Calidad N° 2. Icfes. 2002.

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